El próximo 25 de marzo se recuerda el día de Anunciación a María y de la Encarnación del Hijo de Dios. Les compartimos un texto de Gaby Rezzonico de Mentruyt para la revista Bienaventurados de marzo.
Hace muchos años, cuando terminé la secundaria, decidí estudiar Medicina para ser Pediatra. Siempre me apasionó el misterio de la vida (cuerpo, mente y espíritu), y pensaba que el cuerpo era lo más difícil de estudiar por mi cuenta y a través de la medicina podría llegar mejor a las personas.
Todo me asombraba: la concepción, el embarazo, el parto, el crecimiento y el desarrollo de esos seres únicos e irrepetibles, las enfermedades, el dolor, la muerte… y, a pesar de haberlo vivido durante tantos años, ¡¡¡me sigue asombrando y maravillando lo milagroso y sagrado de la vida!!!
Gracias a Dios y a mi familia que me inició en la fe, los años de facultad también fueron acompañados de un crecimiento y formación espiritual en la parroquia con los miles de cursos y congresos que organizamos con la Acción Juvenil Diocesana, sin los cuales mi mirada profesional hubiera sido muy incompleta al no profundizar sobre lo que Dios nos dice del misterio de la Vida. Todo tiene otro sentido con los ojos y el corazón de la fe.
Ya recibida de médica mi ansiedad por formar una familia me hizo hacer la especialidad en cinco años en lugar de tres, pero valió la pena. “El Señor hizo en mí ocho maravillas”, que siguieron reafirmando y agradeciendo mi asombro por la vida. (Que de dos células microscópicas se geste un ser humano dentro de mí, lo alimente y lo cuide para que un día salga de mi cuerpo al mundo y empiece a SER, me sigue sobrepasando…) La noticia de estar embarazada, los emocionantes nueve meses de espera, la “adrenalina” del parto entre risas y llantos, elegirle un nombre… todo es una bendición, un regalo y una responsabilidad compartida con Guillermo, su papá. La familia es lo mejor que hicimos en la vida, con la ayuda de Dios. Y, mientras ellos buscan sus caminos y aprenden a volar, nosotros seguimos aprendiendo y descubriendo día a día el tesoro único e irrepetible que llevan dentro.
Dios no sólo me regaló el acompañar el crecimiento de mis hijos y los hijos “pacientes”, sino también de esos niños, en hogares de tránsito, que están buscando una familia que los reciba. Ellos también son bendiciones para esos padres del corazón que le dicen que Sí a Dios cuando les pide amar y cuidar a Sus hijos. ¡¡¡Otra maravilla!!!
¿Y qué decir de la experiencia de ver a tus hijos padres y disfrutar de tus nietos?
No te alcanzan las horas del día para agradecer a Dios tantas bendiciones y tantas posibilidades de ver Su rostro y Su corazón en cada uno de todos los niños que nacen, porque son Sus hijos y Su imagen.
¡¡¡Que todos, con la ayuda de Dios, podamos seguir cuidando la Vida en este mundo desde que comienza porque es el mayor tesoro que tenemos!!!