Reflexión de nuestro párroco, P. Pedro Oeyen, publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2017. 

«La muerte es una realidad dura y difícil, pero no querer verla, callarse, ocultarla, disimular, engañarse o mentir son el peor camino».


Queridos amigos:

Con ocasión del Día de los Difuntos los invito a pensar este tema.
Hace muchos años, un amigo me pidió que fuera a visitar a su madre que tenía cáncer. La muerte era inevitable, quería que yo la confesara y le llevara la Comunión, pero que no le mencionara la proximidad de su fin.Me dijo: Ella no sabe que va a morir pronto y no queremos que se dé cuenta, ni se asuste. Hacé como si hubieras pasado por casualidad.
La encontré en su cama, muy deteriorada pero con absoluta lucidez. Charlé un rato con ella y cuando le ofrecí los sacramentos, aceptó con gusto y pidió que la familia se retirara para poder confesarse tranquila.
Al quedar a solas, me dijo: Pedro, sé que me estoy muriendo. Mi familia también lo sabe. No podemos hablar de esto, creo que no lo soportaríamos. Pero necesito poder abrirme con alguien que me ayude a preparar ese momento. Por favor, ayudame.
Por supuesto que acepté, pudimos hablar a fondo del tema. La volví a ver varias veces, le di la Unción y al poco tiempo murió en paz, despidiéndose de su familia y entregándose en manos de Dios.

En los años siguientes me encontré a menudo con situaciones similares, en las que todos intentaban disimular la gravedad de la situación y evitaban hablar de la muerte. También muchas veces comprobé que el enfermo era consciente de su estado. Estoy convencido de que obrar así no es bueno para nadie.
Además, pareciera que actualmente se quieren eliminar todos los signos que nos recuerdan que la muerte existe: los cementerios se transformaron en hermosos parques, ya casi no se hacen velorios, cada día son más los que incineran a sus muertos y tiran las cenizas al mar o en otro lado…
Sin duda, la muerte es una realidad dura y difícil, pero no querer verla, callarse, ocultarla, disimular, engañarse o mentir son el peor camino.

El enfermo tiene derecho a conocer la realidad y prepararse a morir. Tiene derecho a opinar sobre los tratamientos que le quieran hacer. Tiene derecho a despedirse de sus seres queridos y darles todos los consejos o recomendaciones que considere oportunos. Tiene derecho a disponer de sus bienes y dejar todo lo más ordenado que pueda. Si es creyente, tiene derecho a prepararse para el encuentro definitivo con Dios.
Al respetar sus derechos, se lo ayuda a dejar este mundo en paz.
Los familiares y amigos también tienen derecho a despedirse del que se está muriendo; expresarle su cariño, el agradecimiento por todo lo que les dio, su dolor por la separación inevitable; y pedirle su consejo u orientación para poder continuar la tarea que realizaba. Si esto no es posible por el estado en que se encuentra el enfermo, necesitan hablarlo entre ellos o con una tercera persona.

La fe en la vida eterna y la resurrección no quitan el dolor de la separación, pero abren la puerta a la esperanza del reencuentro en la casa del Padre. Allí ya no habrá enfermedades, dolores, separaciones, ni muertes, sino sólo la felicidad de vivir para siempre en el amor de Dios.

Que el Señor nos lo conceda,

Pedro Oeyen.