Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2017.
Entrar a la cocina, vaciar el agua vieja de la pava. Volver a llenar. Buscar con ansiedad los fósforos y prender la hornalla, esperar.
Mientras tanto, vaciar el mate y el termo del día anterior. Volver a casi llenar el mate.
Cuando el agua llega a su punto, el mejor momento: llenarlo lento, ver el humito que va dejando el agua caliente y finalmente cebar, disfrutar.
No sé cómo definir al mate en tan solo 500 palabras, porque creo que estamos en lo cierto si pensamos que un mate es mucho más que yerba, bombilla y agua. Un mate tiene un no sé qué que se me hace difícil de explicar.
Creo que al mate hay que tenerle cariño. Hay que respetarlo, cebarlo con cuidado, con amor, ¿por qué? Porque, personalmente, creo que es una calabaza llena de oportunidades. Creo que el mate, con su ejemplo, nos revela grandes verdades.
El mate, desde el punto cero, nos enseña a trabajar la paciencia, nos regala la oportunidad de vivir un “tiempo muerto”, ese que pasa mientras esperamos que el agua se caliente o aquel que pasa mientras esperamos que el agua se enfríe porque “se nos pasó”. Tiempo muerto en que nos encontramos con un nosotros, que nos invita a frenar, a disfrutar de unos minutos de nada.
El mate nos enseña también a compartir, a acompañar, nos invita a tiempos compartidos. El mate nos enseña a cuidar del otro, a pensar en el otro, porque nadie le daría un mate a otro sin decirle “guarda que está caliente”, ¿no?
El mate nos da la oportunidad de una charla o de un silencio, nos regala un momento cálido, sin más lujos que un poco de yerba.
Hay miles de mateadas y hay miles de mates. Hay mates sinceros, que nos obligan a la transparencia, a la verdad. Hay mates sabios, que nos acompañan en el estudio o en el trabajo. Hay mates que buscan ese reencuentro tan anhelado. Hay mates tan especiales que hasta enamoran, mates que nos llenan de vida, mates que nos emocionan y hasta nos hacen llorar. Hay mates que piden perdón, que buscan la reconciliación. Hay mates que cantan, que sueñan, que buscan mejorar. Mates familieros y madrugadores, mates guitarreros y trasnochados.
Por eso digo que al mate hay que quererlo, hay que mirarlo con sed de aprender. Porque el mate es fiel compañero de todos, de los que están solos y de los que están acompañados. Fiel compañero de jóvenes y viejos, de amigos y no tanto. El mate no hace distinción; para él no hay clases sociales, no hay ricos ni pobres. Para el mate lo lejano no existe, lo distinto no vale, el desencuentro y la indiferencia no son los protagonistas. Porque el mate sabe acercar, igualar, encontrar; el mate, con su presencia, nos ayuda a agrandar la ronda y a llegar a los demás.
Por eso hoy y siempre te digo: gracias mate por tu incondicionalidad.