Reflexión de P. Juan Manuel Bianchi Jazhal, vicario parroquial, publicada en la revista Bienaventurados del mes de diciembre de 2017. 


Cada noche del 24 de diciembre es especial. En primer lugar, porque muchos de nosotros, después de haber celebrado la Misa de Nochebuena, nos encaminamos al encuentro de nuestros seres queridos, de los cuales a muchos vemos durante el año y a otros solo vemos en ocasiones especiales como esta.
Después de haber compartido la vida en la mesa común y de mirar el reloj para chequear que sean las doce, nos deseamos feliz Navidad y seguimos compartiendo uno de los momentos que personalmente más disfruto con mi familia: la sobremesa de Navidad.
Pasadas las 2a.m., varios de nosotros vamos encaminándonos hacia la Catedral. Allí, como todos los años, nos juntamos a rezar y celebrar el nacimiento de Aquel que nos invita a seguirlo. Rezamos durante la madrugada y, cerca de las 5a.m. (esfuerzo gigante de por medio para seguir despiertos), celebramos la Misa de la Aurora.
El Evangelio que se lee en esta misa es Lc. 2,15-20 (El nacimiento de Jesús). La Catedral está ambientada con un pesebre en el centro: justamente esa noche es cuando le pedimos a Dios que ese pesebre sea nuestro centro. Es llamativo que el evangelista Lucas nos relata la escena en la que un niño pasa a ser el centro pero no se lo nombra, solo se hace mención a un “recién nacido” que capta todas las miradas: la de su madre, la de su padre y las de los pastores.
Pensaba en cuál es nuestra capacidad para poner al recién nacido en el centro de nuestra vida. Ya nos es un desafío centrar esa noche en el nacimiento de Jesús y no en otras cosas; pero creo que interiormente el desafío está en hacer que el Niño Jesús, con su pequeñez, pobreza, sencillez y humanidad, ocupe el centro de nuestro corazón.
Poniendo al recién nacido en el centro de nuestra humanidad, experimentaremos también nuestra pequeñez, pobreza, sencillez y humanidad. En general, no nos es fácil experimentar esto en el corazón, e incluso a veces lo postergamos: “En algún momento lo trabajaré”.
Centrando nuestra espiritualidad en el recién nacido, experimentaremos la misericordia de Dios y entonces Dios actuará en nuestro corazón, desde nuestra vulnerabilidad y pobreza. Solamente experimentando esto podremos acompañar, escuchar y compadecernos con la pobreza del hermano, la vulnerabilidad de nuestros vínculos y la sencillez del ponernos a la par.
También poniendo al recién nacido en el centro de nuestra espiritualidad nos haremos hermanos de los que están viviendo situaciones de injusticia social: los enfermos, los refugiados y exiliados que en nochebuena saludarán con dolor a sus familias desde la distancia; los presos y los que no consiguen trabajo, entre tantos otros que están viviendo situaciones de dolor.
Esta Nochebuena, poner a Jesús en el centro tiene que hacernos más humanos, más hermanos. Y, aun en el dolor de experimentar nuestra pobreza y la del mundo, deseo que podamos vivir la alegría y la esperanza que nos da el recién nacido y decir junto a los magos: “Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt. 2,2).