Reflexión de Felipe Dondo, publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2018. 


San Patricio es muy popular en nuestra ciudad. Basta acercarse, este 17 de marzo, a los bares de Retiro, Palermo, San Telmo y tantos barrios más para notar que el color verde tiñe todas las barras; que los sombreros de duende y los tréboles forman parte de todos los atuendos; y que la cerveza, en todas sus variedades, corre alegremente por todas las manos. Al Patrono de Irlanda todos quieren festejarlo, pero vale la pena echarle una ojeada a su vida, antes de que terminemos por declararlo “el santo patrono de la joda”.

Patricio fue, en primer lugar, un misionero. Oriundo de un pueblito de Escocia y cristiano por herencia familiar, a los 16 años fue raptado y llevado como esclavo a Irlanda, adonde todavía no había llegado el cristianismo. Los seis años que pasó allí cuidando animales fueron, según sus propias palabras, los de mayor fervor religioso, pues rezaba continuamente y se sentía seguro en las manos de Dios. Finalmente logró escapar de una manera casi milagrosa, guiado por un sueño y por su sola confianza en la Providencia: una mañana se levantó sintiendo que, si llegaba a la costa, un barco lo cruzaría de vuelta a Escocia. Y así fue.

Allí, el santo se formó para convertirse en sacerdote y, unos veinte años después, el papa Celestino I le encomendó la difícil tarea de llevar la Buena Noticia a los pueblos de Irlanda. Cuentan que la primera región en la que estuvo fue aquella en la cual había vivido como esclavo. Así comenzaron treinta años de misión ininterrumpida.

Se dice que San Patricio, aunque tenía peligrosos enfrentamientos con los druidas y jefes de los pueblos celtas, buscaba siempre el camino de la sencillez y la humildad. Por ejemplo, para explicarles el misterio de la Santísima Trinidad, usaba las tres hojas del trébol. Por eso, desde su muerte el 17 de marzo del año 461, Irlanda celebra la obra grande de este misionero regalándose tréboles y oraciones del santo.
Entre ellas, hay una Bendición que, aunque no tiene autor conocido, siempre fue atribuida a San Patricio:

Que la tierra se haga camino ante tus pasos,
que el viento sople siempre a tus espaldas,
que el sol brille cálido sobre tu rostro,
que la lluvia caiga mansa sobre tus campos.
Que guardes en tu corazón con gratitud el recuerdo precioso de las cosas buenas de la vida.
Que todo don de Dios crezca en ti y te ayude a llevar la alegría a los corazones de cuantos amas.
Que tus ojos reflejen un brillo de amistad, gracioso y generoso como el sol, que sale entre las nubes y calienta el mar tranquilo.
Que la fuerza de Dios te mantenga firme, que los ojos de Dios te miren, que los oídos de Dios te oigan, que la Palabra de Dios te hable, que la mano de Dios te proteja,
y que, hasta que volvamos a encontrarnos,
Dios te guarde en la palma de su mano.


El coro de jóvenes de la parroquia, le puso música a esta oración, para poder rezarla cantando. Te invitamos a escucharla: