Me cambió la vida

Reflexión de P. Juan Manuel Bianchi Jazhal, vicario parroquial, publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2018. 


Hace un par de semanas empecé a ver una serie que quizás algunos conocen:
Designated Survivor. Es un thriller político en el que un funcionario de segunda línea del gobierno estadounidense pasa a ser el presidente de dicho país a raíz de un atentado que termina con la vida del presidente, su gabinete y gran parte del Congreso. La serie comienza con el protagonista de la serie enterándose de que, ante un acontecimiento impensado, su vida y la de su familia cambiarían radicalmente.
No voy a hablar del desenlace de la serie; pero su comienzo me llevó a reflexionar sobre cómo ciertos acontecimientos nos cambian, completa o parcialmente, la vida. Algo más cercano a nuestra vida cotidiana pueden ser las personas que se enteran de que serán padres por primera vez o, en el caso nuestro, los curas, cuando nos enteramos de un cambio de destino u otras tareas que la Iglesia nos confía.
No quedan dudas de que, como destinatarios de estas noticias, podemos quedar por unos segundos (o días) en estado de shock; pero también (y en esto les pido que cada uno recuerde si vivió alguna situación similar) es muy interesante ver cómo la mente y el corazón van haciendo propio (gradualmente) el cambio y cómo pasamos por distintos estados emocionales: sorpresa, desconcierto, asimilación… Alegría en algunos casos y angustia en otros.
Lo cierto es que estos acontecimientos son extraordinarios y no son parte de nuestro día a día, pero lo que nunca se nos tiene que volver extraordinario es el perder la capacidad de sorpresa que tiene Dios en nuestra vida cotidiana.
Quizá, los acontecimientos extraordinarios que me generan sorpresa son muy pocos en comparación con los momentos de mi vida en que Dios me sorprendió, momentos en que apareció ese signo del Reino que no esperaba. El Reino que anuncia Jesús aparece como algo nuevo en medio de la sociedad judía, una sociedad rígida y atada a costumbres que no ayudaban al pueblo a vivir su fe. Jesús es la novedad: en Lc 5, 36 deja en claro que es inconcebible romper un manto nuevo para remendar un vestido viejo y en Lc 5, 37 dice que el vino nuevo ya no va en los odres viejos.
Jesús no viene simplemente a remendar nuestra vida o a darle “un lavado de cara”. Jesús nos propone un cambio total y novedoso, y solamente le daremos lugar en la medida en que en nuestra mente y en nuestro corazón haya vestidos nuevos u odres nuevos.
En mi interior, ¿cuáles son aquellas cosas viejas que no le dan lugar a la novedad de Jesús?
La novedad de Jesús también se va a dar solo si salimos de nosotros mismos y buscamos encontrarnos con los Cristos sufrientes de hoy. En palabras del papa Francisco: “Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Esta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante”. (EG 271)