Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2018.
En el tren, observaba con curiosidad a un muy serio policía uniformado. Miraba en detalle cada accesorio que llevaba agarrado del cinturón: un arma, la cachiporra, las esposas. Miento si digo que ver todas esas cosas juntas no me dio un poco de miedo, y a la vez bastante tristeza. Eran elementos que no tienen más objetivo que la violencia, el odio, incluso la muerte.
Mientras caminaba por la calle, observaba a otro hombre muy serio de pelo largo y muchos rulos. En su cuerpo, lleno de músculos, ni un solo lugar estaba vacío; más bien, estaba repleto de tatuajes con calaveras, dagas, rosas negras e incluso más calaveras. Signos también de violencia y muerte.
A veces pienso en qué lindo sería poder dejar de ver el cuerpo. Pienso en qué lindo sería poder ver más allá de la armadura. Pero claro, no es tarea fácil. No es para cualquiera mirar más allá de todo. Cientos de veces me obligo a ver lo más profundo de los demás, intentando dejar de lado el cuerpo y poniéndome como objetivo poder descubrir el alma, la verdadera esencia de aquel a quien miro. ¡Pero qué difícil me resulta deshacerme de los prejuicios!
En aquel policía, lo único que podía ver era odio. En aquel hombre tatuado, violencia. ¡Pero qué bueno que seguí mirándolos! Porque claramente la historia tenía que dejarme alguna moraleja…
Resultó ser que el policía, un rato después, al pasar un vendedor, le compró un chocolate. Y, acto seguido, al hablar por teléfono con quien parecía ser su pareja, con una sonrisa enorme dijo: “Feliz aniversario, acabo de comprarte un regalito”.
Resultó ser que el gran hombre tatuado que caminaba como yo por la vereda frenó en la puerta de un jardín de infantes y, con un abrazo largo, recibió a su hija que con mucho anhelo lo esperaba.
Entonces supe cuánto me había equivocado, cuán errada había estado. ¿Qué importaban las armas, cachiporras, esposas y tatuajes? ¿Qué importaban el uniforme y las caras serias? ¡Cuán acertado fue Antoine de Saint-Exupéry al decirnos que lo esencial es invisible a los ojos! Yo, con mirada humana e imperfecta, había mirado y puesto en tela de juicio a quienes no conocía. Había supuesto y obviado lo que en realidad no existía. ¿Quién sabe si aquel policía había usado con violencia alguna vez todo ese armamento? ¿O si aquel hombre tatuado había querido despertar tantas cosas negativas en mí? Lo que sí sé es que ninguno de ellos era sólo lo que pude ver. Ambos eran mucho más: uno de ellos era el gesto amable de regalar un chocolate simplemente por amor y estima, el otro era la alegría y el anhelo de su propia hija. Ambos, una enseñanza para aprender a mirar.
Hoy quiero mirar cerrando los ojos, quiero mirar lo que no se puede ver. Hoy quiero buscar la esencia y no quedarme mirando solamente la fachada. Porque mirando el alma es como nos encontramos con el verdadero otro, mirando el alma encontramos la verdadera virtud de los demás.