Reflexión de nuestro párroco, P. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2018.
«Jesús nos pide ser “profetas” de su verdad y “testigos” de su misericordia».
Todos sabemos que la sociedad en la que vivimos está atravesando cambios cada vez más acelerados. Muchos de ellos se expresan en estilos de vida que no van de acuerdo con la enseñanza tradicional de la Iglesia. Esto provoca desconcierto e impotencia a muchos católicos: pastores, padres de familia y educadores.
Hoy la gente organiza su vida adhiriendo a valores auténticos, como la solidaridad, la autenticidad, la comunicación y la tolerancia; pero también asumiendo comportamientos difíciles de compatibilizar con el evangelio, como la autonomía desvinculada de compromisos, el liberalismo sexual, el individualismo y la indiferencia religiosa. Esta transformación está impulsada por las jóvenes generaciones y es encarnada también por muchos adultos que han dejado atrás los valores tradicionales.
Frente a este fenómeno, la Iglesia y su Magisterio han asumido un perfil comprensivo, compasivo y misericordioso. Se ha reemplazado la intolerancia, la rigidez y la condena por la acogida, la integración y la misericordia.
Hace poco charlaba con un matrimonio sobre estos cambios y nos preguntábamos si la Iglesia de hoy no corre el riesgo de diluir la intensidad del evangelio, de ocultar su novedad, de no proclamar sus exigencias. Coincidíamos en que esta mayor apertura hacia la gente, evitando condenar a las personas, no significa la validación de todas sus opciones y decisiones. Jesús nos enseñó a no condenar al pecador, pero sí denunciar el pecado, advirtiendo con inteligencia y amor lo que daña la vida de las personas.
¿Cómo afirmar que “no todo es igual y que hay algo mejor” sin transmitir sentimientos de discriminación o rechazo a algunos de nuestros hermanos? ¿Cómo hablar del proyecto de Dios sobre la familia y no condenar ni subestimar a aquellos que tienen su familia dividida, ensamblada, en conflicto o en precaria construcción? ¿Cómo mostrar a los jóvenes un Jesús amigo y cercano, sin ocultarles su exigente llamado a seguirlo por el camino de la renuncia al egoísmo y de la entrega a un proyecto de amor? ¿Cómo hacer sentir que el evangelio no condena nuestros temores y fragilidades, pero nos impulsa a ser firmes en el compromiso?
Hoy Jesús quiere convencernos, diciéndonos: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5,13-16).
Si el evangelio no aporta ninguna novedad a los hombres de hoy, si no les suscita ningún cuestionamiento, si no los interroga amorosa e incisivamente… ¿es ese el evangelio de Jesús? No se trata de confrontar ni condenar a quienes puedan estar desorientados o buscando caminos nuevos de felicidad. Pero estoy convencido de que el Señor nos pide ser “profetas” de su verdad y “testigos” de su misericordia, mostrando toda la belleza de su propuesta, sin ocultar las exigencias que brotan de ella.
Padre Carlos