Reflexión de p. Juan Manuel Bianchi Jazhal, publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2019.


Algunos de ustedes sabrán que, con el grupo misionero Jeremías, a fines del 2018 comenzamos a misionar en un lugar nuevo: la ciudad de Vera en el norte santafesino. A lo largo de la segunda mitad del año pasado, el grupo se movilizó tanto en lo específico de organizar la misión en sí misma como así para cubrir la parte económica del viaje y llegar con todo en orden al 26 de diciembre, día de la partida. Fueron meses intensos, durante los cuales los jóvenes dedicaron muchas horas a la preparación del contenido de la misión (se dividen en 7 comisiones: encuentros de adultos, de jóvenes y de niños; liturgia interna, liturgia externa; cocina y visitas a las casas). Además de toda esa preparación, pudieron recaudar los fondos necesarios gracias a la ayuda de toda la comunidad de la Catedral, que colaboró con el festival de bandas y compraron pizzas a la salida de las misas de los fines de semana.
Fuimos 60 los que salimos rumbo a un lugar nuevo, en donde una de las únicas certezas que teníamos era que íbamos a experimentar varias sorpresas de Dios. Quiero destacar la humanidad de cada uno de los jóvenes que vino a misionar, varios era la primera vez que misionaban con la comunidad y otros tantos ya habían venido varias veces; pero se dio una articulación entre las distintas edades y las distintas etapas de cada uno que, si duda, es fruto de la humanidad y espiritualidad de cada uno.
Vera es una ciudad de 20.000 habitantes y se encuentra a 704 km de nuestra Catedral. Es una ciudad de trabajadores, muchos son comerciantes o trabajan en dependencias estatales. El cura del lugar y la gente de la comunidad nos habían pedido que misionemos (este año y los otros dos restantes) en los barrios más pobres, que se encuentran en el norte y en el sur. La mayoría de los días fueron de mucho calor, con sensaciones térmicas de 42 °C, pero eso no impidió que salgamos a visitar a las familias y allí encontrarnos con Dios.
Son muchos los sentimientos que nos fueron acompañando durante la misión, pero rescato dos: la AMABILIDAD/HOSPITALIDAD de las personas que visitamos, que nos abrían su casa y su vida con dolores y alegrías; y la FE de la mayoría de las personas que nos encontramos, lo que nos hace repensar y seguir caminando en nuestro andar cotidiano. Todos los días celebrábamos la eucaristía con la comunidad y siempre había lugar para un compartir posterior, momento en el que los jóvenes o los adultos poníamos nuestras vidas en común de igual a igual, con alegrías y tristezas. El ultimo día hicimos una peña con la gente del lugar, y la sensación de varios fue que hacía mucho tiempo que nos conocíamos.
Nos quedan dos años más en Vera, donde creemos que la capacidad de Dios para sorprendernos seguirá presente; y Él seguirá acompañando el día a día a cada uno de nosotros, jóvenes a quienes esos días en Vera nos interpelaron, nos ayudaron y nos alimentaron la fe. Quiero agradecer a toda la comunidad de la Catedral por su generosidad y su oración, a todos los misioneros por su entrega y su fe y a los coordinadores del grupo por toda su dedicación.