Reflexión de Esteban Mentruyt publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2019.
Hace un tiempo, Francisco usó estas tres palabras para describir cómo son las invitaciones que nos hace el Espíritu Santo.
Dice que, cuando sopla, el Espíritu siempre trae novedad.
A veces los planes de nuestra vida se ven opacados por nuevas propuestas más desafiantes. Si vislumbrás opciones que rompen con lo que parecía darte control sobre las cosas, quizás esa brisa naciente te lleve a donde siempre quisiste ir realmente.
Ante esta novedad podemos tener miedo, sí, pero mejor responder con confianza y dando gracias. Fijate en los discípulos: dejaron sus acostumbradas vidas y se sumaron a un proyecto sin precedente que poco tenía que ver con la forma en la que estaban viviendo, pero confiaron. ¡No por nada los tenemos como ejemplos de fe!
Ojo, novedad no es sinónimo de revolución violenta que arrasa con todo lo que fue en pos de lo que vendrá. La verdadera novedad es conversión, transformar el corazón.
A la vez, dice nuestro papa que el Paráclito se mueve con armonía.
Hoy necesitamos hablar mucho de diversidad y de que todos somos distintos, ¡y eso está muy bueno! Sin embargo, a veces vemos que este deseo genuino de pluralidad se convierte en oferta violenta de división. O peor, se deforma en una lucha por un régimen de triste uniformidad impuesta.
Mirá lo que dice Francisco en su exhortación a los jóvenes (Cristo Vive): “Si logramos buscar puntos de coincidencia en medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de construir una paz que sea buena para todos, ese es el milagro de la cultura del encuentro que los jóvenes pueden atreverse a vivir con pasión.”
Las propuestas del Espíritu Santo reconcilian unidad y multiplicidad. Tanto entre hermanos como en la búsqueda personal de cada uno, su soplo es arte de aceptar tiempos, empatizar, convivir con lo distinto, ceder y recibir. ¡Como bailar con el corazón!
Esta es también una linda forma de reconocer que algo viene del Buen Espíritu, una armonía cuya variedad es riqueza, no conflicto.
Lo último que dice es que llega con una misión. Misión es vocación, es tu forma personal de llenar el corazón. ¡Nada de pensar en imposiciones del Deber Ser! “Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”, insiste Francisco en Cristo Vive al hablar de vocación.
Cuando actúa, el Espíritu te inspira sin obligarte porque te habla directo a tu historia y, desde esa sinceridad, te invita a la entrega.
Te incorpora a la realidad y te anima a que te ofrezcas por aquel que sentís que te necesita.
Es una propuesta que nace de lo divino y necesita de lo humano, viene desde Dios pero desde lo más hondo tuyo. Te pide por otros, para hacerte feliz a vos.
Francisco concluye: “El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo”.
Agrego algo: el Espíritu Santo nos comunica con otras dos personas.
– nuestro Padre que tanto (¡cuánto!) nos regala,
– nuestro Hermano que tanto (¡cuánto!) nos necesita.
Y en el medio estamos nosotros, templos del Espíritu, para agradecer y ofrecer.