Reflexión de Mercedes Ruiz Luque publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2019.
En esta oportunidad, les propongo reflexionar sobre esos imprevistos que alteran nuestra vida cotidiana y nos toman por sorpresa. Sobre aquellas dificultades que en un principio nos mueven el piso y desestabilizan, pero que después hacen que nos enfoquemos en lo verdaderamente importante.
A veces nos parece que tuviéramos todo bajo control. Programamos turnos médicos, acordamos juntadas con amigos, agendamos actividades de todo tipo. Nos sentimos confiados; pensamos que tenemos todo organizado y “fríamente calculado”.
Y, de repente, pasa algo concreto que nunca hubiéramos imaginado. Un accidente, una enfermedad, una catástrofe natural, un imprevisto laboral o incluso un cambio en la situación económica de alguien cercano.
En ese momento, nos damos cuenta de que muchas cosas que parecían ser prioritarias en nuestra agenda resultan ser secundarias. Dejan de ser importantes la mayoría de los objetivos que teníamos en la lista de “cosas para hacer”: el proyecto de cambiar un mueble, la intención de colgar un cuadro, o el buscar el resultado de un estudio médico que nos hicimos hace semanas. El tiempo parece detenerse, nos vemos obligados a reorganizarnos y se nos presenta el desafío de salir adelante de alguna manera.
En esas situaciones, que a veces nos llevan al límite de nuestras fuerzas, nos damos cuenta de que valoramos más el abrazo de un amigo o la llamada de un familiar que pregunta cómo estamos o qué puede hacer para ayudarnos. Empezamos a sentir, más que nunca, que la oración nos da fuerzas para seguir adelante. Y resulta indescriptible lo que obra en nosotros la oración de todos los que se comprometen con la causa. No solo de nuestros conocidos, sino de los amigos de los amigos de los amigos… Ante estas situaciones límite, se arma naturalmente toda una red de personas de buena voluntad que quieren ayudar. Y así, a nosotros, solo nos queda dejarnos cuidar y sostener.
Es en ese momento cuando nos damos cuenta de las cosas que importan verdaderamente. Y empezamos a valorar más la presencia y el apoyo de nuestros amigos y familiares, y la fe en un Dios que no nos deja solos y no para de sostenernos.