Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de agosto de 2019.

¿Vivimos donde queremos vivir?


Hay personas que nacen, viven y mueren en la misma ciudad. Otras, cuando se les pregunta de dónde son, no saben qué responder porque tienen raíces desparramadas por el mapa.
¿Por qué algunos quieren irse? ¿Por qué a otros les duele tanto partir? Suele haber una tensión grande entre ambos deseos. Sobre todo en nuestros días de globalización y comunicación permanente. Quedarse en un lugar es renunciar a otros; irse es renunciar a la tierra de uno. No sé cómo habrá sido esto para nuestros abuelos, pero los de nuestra generación solemos querer las dos cosas. El campo y la ciudad, todo en un combo; la tranquilidad y el activismo, la naturaleza y las comodidades, la permanencia y la novedad, el confort y el desafío, soltar y sostener. Ser árbol y camalote a la vez. Queremos todo.
Estuve charlando con unas cuantas personas que viven o vivieron esta tensión. Les comparto algunas de las cosas que me dijeron.
Por supuesto que no elegimos dónde nacer ni tampoco el lugar de origen de nuestros padres y hermanos. Pero, con el paso del tiempo, sí podemos decidir libremente si seguimos viviendo ahí o si nos vamos a otro lado. El tema es que no todo el mundo se hace ese planteo. Algunos simplemente se quedan en el pago por inercia o por comodidad, sin saber si lo hacen porque realmente quieren quedarse. Para Eugenio, que nació y vive en Buenos Aires, “si no elegís y dejás que la vida te lleve, estás eligiendo no elegir y eso es una tragedia porque eso es lo que hacen los camellos, las vacas y los osos panda. En cambio, nosotros somos seres humanos y estamos invitados a la fiesta de la libertad. Yo me quedé porque elegí quedarme”.

Pero, ¿es fácil elegir? Para nada. Agustín, por ejemplo, hace años que quiere mudarse al interior por varias razones: el ritmo de Buenos Aires es muy acelerado, el costo de vida es altísimo, las distancias son grandes, y la frecuencia con la que uno puede ver a sus amigos o familiares es muy poca… Pero reconoce que cada vez le resulta más difícil esa mudanza. En primer lugar, porque aunque todos esos factores lo incomodan, también se siente muy cómodo y tiene la vida bastante resuelta. En segundo lugar, porque sus hijos están creciendo y van echando raíces cada vez más fuertes en Buenos Aires…
Todos coinciden en que no entra todo en la balanza, siempre algo se cae. Gaby hubiera preferido quedarse en Resistencia, su ciudad natal, y tener a su familia a mano; pero decidió sacrificar eso para poder hacer su doctorado, y para eso necesitaba venir a Buenos Aires. “Fue un piletazo. Lloraba por el miedo a fallar, a que todo el sacrificio que implicaba dejar mi casa al final no sirviera para nada”. Pero se la jugó y le fue bien, sobre todo porque acá encontró un grupo de amigos que le dio contención y en el que se sintió cómoda. Y además porque, al descubrir nuevas adversidades (por ejemplo, la cantidad de tiempo que pasaba en el tren o colectivo), eligió aceptarlas porque entendió que eran realidades que no podía cambiar. Lo que sí todavía le resulta difícil es vivir “con el corazón dividido”.
Esta es la dificultad más grande. La gran mayoría elige su lugar por cercanía de su familia y, cuando eso no se puede, cuesta mucho. Trini, que es de Mar del Plata, se mudó a Villa La Angostura por razones laborales del marido. La distancia les costó muchísimo, pero hicieron lo que muchos suelen hacer: se buscaron “familias sustitutas”. La primera Navidad, una familia de la parroquia los vio solos y los invitó a celebrar con ellos. Siempre hay alguien que estuvo en tu misma situación y te va a ayudar a instalarte. Las familias “desarraigadas” se juntan y se sostienen entre sí como camalotes.
Echar raíces nuevas es incómodo e implica enfrentar la propia vergüenza o las trabas que cada uno tenga, porque no hay plan B en una ciudad desconocida: no tenés a tus papás, ni a tus hermanos, ni a tus amigos de toda la vida. El colectivo, la verdulería, el trabajo, los amigos, “todo es difícil cuando te mudás”. Cuando Virginia vino de Mar del Plata a Buenos Aires, le daba miedo la ciudad y hasta creía que no iba a ser capaz de trabajar como física en una empresa, porque pensaba que acá todos eran “más bochos y más rápidos”. Como no le quedó otra, enfrentó esos miedos y los está superando.
Otro crecimiento es el de la unidad de la pareja o de la “familia chica”: Nacho y Dolo, que se fueron a Australia por dos años, dicen que eso los unió mucho porque se conocieron más. “Como dependíamos de nosotros mismos, nos teníamos que sostener el uno al otro porque éramos lo único que teníamos”.
Todos dicen que sí es posible echar raíces nuevas, pero hace falta tiempo, paciencia y muchas pero muchas ganas. Cuando Rochi se mudó de Buenos Aires a Salta, empezó, como todo el mundo, haciendo comparaciones. Lo primero que detectaba era la diferencia: de lenguaje, de costumbres, de trato. “Es natural comparar pero, si te quedás en eso, te va a costar seguir adelante”. A Julio, que vino de Colombia, esas diferencias le resultaron un problema y un atractivo a la vez. Ya lleva nueve años acá y dice que ganó en “amplitud de mirada y de afecto”, porque conoció gente muy distinta y construyó vínculos que nunca hubiera creído posibles. Esto mismo les pasa a muchos. Vivir fuera de tu cascarón te abre la cabeza y el corazón.
Algunos, como Juampi y Ceci, eligieron su lugar priorizando la calidad de vida por sobre la cercanía de la familia: el ritmo tranquilo, la seguridad, el contacto con la naturaleza, la sencillez, la salud. La tecnología los ayuda a conservar sus vínculos y no se sienten lejos ni aislados. Juampi, por ejemplo, organiza una vez por semana una videollamada grupal con el resto de sus hermanos, que viven en otras ciudades.
Eugenio y Rochi coincidieron en un punto que me pareció clave. Si vos te mudás, no empezás una página en blanco: te llevás en la valija toda tu historia previa, tus vínculos, tus fortalezas y tus miedos. Es fundamental “irse bien” de tu ciudad de origen, porque eso te da seguridad y confianza en la aventura que estás emprendiendo. Tu historia previa te sostiene o, de lo contrario, te arrastra. Si te vas buscando empezar de nuevo, quizá te estés engañando a vos mismo: todos esos conflictos van a ir con vos a donde vayas.
El asunto es bien complejo porque tiene muchas aristas, pero vale la pena tomarse el tiempo para pensarlo y rezarlo. Después de todo, ninguna planta crece bien en cualquier suelo. Cada una necesita nutrientes distintos, especiales para ella. Buscar la mejor tierra para uno es una tarea imprescindible si queremos dar buenos frutos.