Reflexión de Juan José Mayer publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2020.


Grandes personajes se destacaron en la historia por alzar su voz en contra de la discriminación étnica: Nelson Mandela, Martin Luther King, Ana Frank y Louis Armstrong, por ejemplo. Sus sólidos discursos marcaron generaciones y cambiaron paradigmas sociales.
Sin embargo, pareciera que la sociedad en general, aunque en público maneja su discurso de forma política para evitar ofensas, muchas veces en ámbitos privados continúa rasgando heridas, afirmando estereotipos y prejuzgando a grupos de personas diferentes.
Durante los últimos años, la diversidad escaló en la agenda pública. Diversidad: un término que para el contexto de nuestra comunidad pareciera que su significado está íntimamente relacionado con determinados movimientos políticos.
Pienso que tenemos la oportunidad de resignificar esta idea de diversidad, entendiéndose o relacionándola con la unicidad de las personas. Ya sabemos que todos somos distintos, que cada persona es única realmente; y la Iglesia enseña que Dios nos hace, y nos ama en tanto seres únicos e irrepetibles.
Pero parece, nuevamente, que nos olvidamos de esta cualidad o virtud humana. Y asociamos las actitudes de las personas a grupos de personas que tienen algunos aspectos en común, ya sean religiosos, ciudadanos de otros países, personas de color, personas con discapacidad, personas con una sexualidad alternativa, personas que practican cierto deporte, personas con determinada posición económica o personas que tienen determinados trabajos.
La costumbre de etiquetar es innata, pero esta asociación o prejuicio se derrumba en el encuentro cara a cara, en el conocimiento de la otra persona. Allí donde se es consciente de que todos tenemos cosas en común, que primero importa que somos personas, y que lo demás no es motivo de exclusión, de crítica, de prejuicio.
Cuando la Iglesia habla de encuentro, de salir al encuentro, ¿qué tipo de encuentro se imaginan? Estoy seguro de que no sólo habla de juntarse con las personas con las que compartimos nuestro día a día a comer un asado o tomar unas cervezas. ¿Acaso Jesús sólo se reunía con sus discípulos o iba al encuentro de esta diversidad?
En el diálogo, en el re-conocimiento del que es diferente a mí, en la escucha abierta es posible encontrar puntos en común que cambian la perspectiva, la idea que teníamos preformada sobre el otro.
Sí, el otro puede no estar abierto al diálogo, a escucharnos, pero podemos ponernos en su lugar, entender por qué tiene actitudes que nos molestan. No podemos esperar que los demás sean como nosotros queremos que sean, no podemos esperar que los demás cambien o se comporten como a nosotros nos queda cómodo. Tampoco nos pongamos caretas y pretendamos que todo nos cae bien, porque perderíamos la autenticidad. En la diversidad se encuentra la riqueza de lo humano, de las miradas y las experiencias. Conozcamos lo diferente, antes de hablar sin saber.