Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2020.


Hace un par de semanas descansaba en la playa, siempre la misma desde hace 23 años. Tranquila en mi reposera, disfrutaba de esa sinigual sensación de tener el cuerpo empapado por el mar y a la vez sentir cómo el sol calienta la piel. Estaba en eso cuando de repente escuché aplausos, aplausos de esos que tienen el sabor amargo y angustiante de un niño perdido. El aplauso se fue extendiendo entre la gente y unos minutos después un pequeño de traje de baño cortito y azul se reencontraba con su familia. Entonces, en ese momento, sin saber muy bien por qué, noté que soplar las velas de cumpleaños, ser parte de una manifestación, celebrar en grupo, agradecer, preparar un buen asado, bailar al ritmo de una chacarera e incluso buscar a un niño perdido son todas acciones con un aspecto compartido: la importancia del aplauso.
Como amante de la playa, de la arena, del sol que es vida, del viento cálido y del mar gigantesco que moja nuestra costa, hoy me vuelvo a casa después de unas lindísimas vacaciones entendiendo al aplauso como un acto de hermandad. El aplauso nos une y nos iguala, nos demuestra el increíble poder del ruido. El aplauso es la sinergia que nos muestra que juntos podemos hacernos oír.
Hace 23 años que ese pedacito de playa es algo así como una parte de mí. Es por eso que hoy, siguiendo con el hilo playero, creo también necesario y honesto aplaudir a aquellos que corren tras la sombrilla de un desconocido para que el viento no la vuele por los aires; hoy aplaudo a aquellos adultos que vuelven a ser niños emprendiendo con una palita de plástico la gran tarea de hacer un pozo o un castillo; aplaudo a quienes sin ganas se ofrecen a meterse en el mar para acompañar a quienes no se animan a hacerlo solos; aplaudo también a los atentos que ofrecen agua fresca a los vendedores ambulantes; aplaudo a quienes juntan la basura de otros; a los balnearios que eligen la inclusión permitiendo el acceso cómodo de quienes presentan discapacidades; y a todos los valientes que con humildad veces se te acercan para ayudar a armar la carpa.
Hoy me pongo de pie para aplaudir a los que aplauden por el niño perdido y me animo a decir que en cada aplauso me lleno de alegría y gratitud por mi mundo.
Que este 2020 que comienza nos dé mil y un motivos para aplaudir.