Reflexión de Julia Carosi publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2020.
En agosto de 2019 me fui a Lisboa a hacer un intercambio universitario por un semestre. Estudiar y vivir un tiempo afuera es algo que siempre quise hacer, y por suerte se me dio la oportunidad. Dando clases particulares presenciales y por internet, vendiendo acuarelas y con un gran empujón de una beca, me fui… con mucha incertidumbre, nervios y dudas, pero sobre todo con muchísimas ganas de empezar este camino lejos de casa.
Durante esos meses aprendí mucho. Pude aprovechar para cursar materias que en mi universidad acá en Argentina no dictan, y descubrí cuál es la parte que más me interesa de mi carrera, que siempre me había costado encontrar. Pero no todo fue aprendizaje académico, también aprendí a vivir y depender únicamente de mí, me redescubrí y me re-elegí. Tuve tiempo para pensar en mí y en verme parada frente al mundo. También tuve la oportunidad de hacer nuevos amigos sin barreras ni juicios previos. Estábamos todos en la misma; nadie conocía a nadie ni sabía nada del pasado de esa persona; éramos todos como una hoja en blanco, con ganas de llenarla de experiencias y gente nueva; y, sin darnos mucha cuenta, terminamos siendo un apoyo entre nosotros, una familia de alemanes, italianos, belgas, españoles, franceses, portugueses, chilenos y argentinos por esos meses. Esto fue lo más lindo de todo, me hice amiga de gente de quien nunca creí que iba a serlo; me di cuenta de cómo uno es el que pone las trabas y los límites en cuanto a las relaciones sociales, y al hacer esto estamos perdiendo la oportunidad de conocer al prójimo a fondo.
Aprendí también el poder del lenguaje, no sólo del lenguaje por medio de palabras, sino del lenguaje con los ojos y el corazón. Con la mayoría de la gente que estuve este último tiempo no compartíamos la misma lengua materna, y en algunos casos ni siquiera nos podíamos comunicar con palabras porque no teníamos un idioma en común. Es ahí cuando empecé a usar el idioma de los gestos, a aprender a mirar a los ojos y a descubrir lo que me querían decir, a comunicarnos con sonrisas y miradas. Al principio costó un poco, era incómodo, pero después se me hizo más y más fácil. Aprendimos a hablar sin palabras, era sólo cuestión de romper la barrera y perder el miedo.
Por último, me di cuenta de lo importante que son las personas y cómo los encuentros te pueden cambiar el día de un minuto a otro. Un día, sacando una foto a una callecita perdida en el barrio gótico en Barcelona, se me cruzó un señor de la edad de mi abuelo. Ese encuentro me cambió el día y, por qué no, la estadía en Barcelona. Terminé recorriendo una ciudad con un extraño (a quien sentía conocer de toda la vida), desde sus ojos, desde la vida de un local, apasionado y enamorado de su ciudad y con ganas de que otros la conozcan y la amen tanto como él. El tiempo que me regaló Jordi me hizo dar cuenta de lo importante que es estar al servicio del otro y de que, muchas veces, hacer cosas sin que nos las pidan, desde el corazón, puede cambiar el día de ambos. Estoy segura de que los dos volvimos distintos después de esa mañana juntos.
Julia Carosi – 24 años
Estudiante de Bioingeniería (ITBA)