Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2020.

29 de abril: Día del Amimal


Decía el gran Chesterton que un hombre completo no tiene dos piernas, sino seis: las cuatro patas de su perro son también parte de él. Cualquiera que haya tenido una mascota lo sabe: uno no es el mismo después. Supongo que de eso hablaba Anatole France cuando dijo “Hasta que uno no ha amado a un animal, una parte del alma sigue sin despertar”. Hoy en día hay miles de estudios y experiencias que lo comprueban: la terapia con animales ha ayudado a muchas personas a destrabar conflictos emocionales de todo tipo.
Todo el mundo sabe que, de chicos, el cuidado de una mascota (y su amistad, por supuesto) nos hace crecer en responsabilidad, afectividad y seguridad. Bueno, y de grandes también, por qué no. Cuando llegás a tu casa y el perro ya te sintió venir desde la esquina; o cuando leés un libro y se echa debajo de la silla, con su hocico en tus pies; cuando abrís la puerta para salir a pasear y te hace fiesta porque está feliz; cuando te sigue por toda la casa y no sabés por qué… Tirarse en el pasto y el perro al lado, a mirar las nubes. Jugar y jugar con un amigo de cuatro patas que no se cansa nunca. Verlo envejecer más rápido que vos. Mirarse a los ojos con un perro, experiencia rarísima y fascinante. Acompañarse. Es evidente que los perros no son meros animales: son un airecito de Dios que nos ayuda a ser mejores.
Ahora bien, nosotros somos mucho más que animales, aunque a veces nos crucemos con ejemplares que parecieran querer demostrar lo contrario: nosotros somos personas. Somos la obra maestra de Dios, y ese perro que nos quiere tanto lo sabe mejor que nadie. Nosotros acompañamos como un perro, pero también conversamos (sí, una palabra supera cualquier ladrido). Las personas creamos objetos insólitos e historias inolvidables, buscamos soluciones a problemas imposibles y las encontramos, podemos ser desinteresados hasta el extremo y miles de veces más fieles que un perro. Sí, aunque parezca imposible. Y muchas cosas más podemos hacer. Somos fascinantes, las personas…
Por eso es tan deshumanizante y tan aberrante cuando una persona trata a su mascota como a un hijo. Es malo para el animal, malo para el dueño y malo para el hijo real, si lo tuviera. Es malo para toda la sociedad que un animal ocupe el lugar de una persona. Y es peligroso, ya lo dijo también Chesterton: “Donde quiera que haya adoración a un animal, existe sacrificio humano”.
Es triste ver tantas movilizaciones en defensa de los derechos de los animales y tan pocas en defensa de los humanos, que somos tantos y tan geniales: pobres, marginados, locos, refugiados, huérfanos, olvidados, enfermos, ancianos, nuestros propios vecinos a veces, nuestros propios padres y hermanos, nuestros propios amigos. Ni todos los animales del mundo juntos valen lo que una sola de esas personas a quienes dejamos de lado. Ni todos ellos. Porque las personas podemos tener seis patas, sí, pero los perros nunca van a tener más de cuatro.