Reflexión de Matías Lince Marino publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2020.
“Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos”. (Mc. 9, 35)
Este momento que atravesamos es, sin dudas, particular. La sociedad del mundo en general lo vive marcado por las medidas que se toman en torno a la pandemia del COVID-19. Para nuestra comunidad católica, a su vez, dichas medidas conviven con el tiempo de Pascua que vivimos.
En este contexto, el versículo extraído del Evangelio según San Marcos nos da pie a reflexionar sobre múltiples temas, entre los que quisiera destacar uno que me toca muy de cerca: el servicio en el ámbito de la administración pública.
Muchas veces me pregunté qué era lo que llevaba a la gente a interesarse por el bien común y a actuar desde la esfera gubernamental. Cuando me hacía esa pregunta, perdía de vista que yo también era una de esas personas que formaban, como entidades abstractas, esa masa indefinida denominada “gente”. Entonces, aparecía la pregunta obvia: ¿qué me lleva a mí a interesarme por trabajar en el Estado?
Para quienes tenemos cierta gimnasia en retiros espirituales y actividad pastoral, no nos parece muy extraño enfrentarnos a momentos de reflexión en torno a cuestiones que resultan cotidianas. Sin embargo, me costó encontrar la respuesta. Y fue recién en el marco de varias conversaciones con quien hoy es mi guía espiritual que pude acercarme un poco a la verdad. Y la respuesta es bastante más obvia de lo que creía: Jesús.
Pero, ¿cómo perdí de vista lo que hoy me resulta tan claro? Quizá, cuando me formulaba la pregunta, tenía -de manera no tan consciente- presente que a “la gente” la compone un sinfín de individualidades concretas, todas distintas entre sí y todas motivadas por diversas causas.
Desde ya que no todas esas personas creen en nuestro buen Dios y, quizá, mucho menos en ese Verbo hecho carne que es Jesús. Entonces, ¿qué motiva a esas otras personas? Es así que uno va discerniendo y se da cuenta de que su propia respuesta se encontraba contaminada por la idea que nos hacemos de quienes ocupan algunos cargos importantes en la función pública, y que parecen tener intereses muy alejados del bien común. Para estos, es probable que la ambición de poder o riqueza material sea lo que alimente su dedicación a lo público. Para otros muchos, serán cuestiones ideológicas que, aunque nobles, hoy no me interpelan.
Para mí, que no encuentro atractivo alguno en la riqueza material ni en el poder, y que no levanto una bandera ideológica, ¿qué queda? Por un lado, la convicción de que –como alguna vez leí- el servicio no es ideológico porque no se sirve a ideas, sino a personas. Y por otro, la certeza de que en mí hay una llama que encendió alguna vez Jesús y que se alimenta constantemente de su Palabra.
Hoy, como cristiano y como servidor público, no queda más respuesta que la completa disponibilidad y entrega que la situación tan particular que vivimos nos demanda. Sin embargo, creo que hay múltiples formas de servicio, todas igualmente válidas y loables en la medida en que pongan a las personas y su dignidad en el centro y que estén motivadas por el bien común y no por intereses mezquinos e individuales.
Ojalá el Señor me regale la gracia de no perder nunca el eje y que renueve mis energías para poder ser instrumento en la construcción de su Reino en la tierra.