Carta de nuestro Párroco, P. Pedro Oeyen, publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2017.
Queridos hermanos:
A lo largo de toda la Cuaresma la liturgia nos invita a cambiar nuestra vida, dejando todo lo que nos aleja de Dios, los hermanos o nos hace daño a nosotros mismos, para acrecentar nuestra unión con Él, con los demás, y ser más felices. En una palabra: dejar el pecado para vivir en gracia y amistad con Dios y con toda la creación.
El Viernes Santo contemplamos y acompañamos a Jesús, que asume sobre sí mismo nuestras miserias, pecados, dolores y muerte. Él nos dice que no podemos redimirnos a nosotros mismos y que por eso Dios viene en nuestra ayuda. Él hace suyos nuestros males para vencerlos.
Y al celebrar la Pascua revivimos su triunfo y proclamamos nuestra fe en que la vida es más fuerte que la muerte, la alegría más que el dolor, la gracia más que el pecado, la esperanza más que el desaliento…
El desafío que nos plantea es que también nosotros vivamos como resucitados, con la vida nueva que nos ofrece. Que nuestra celebración pascual no sea un mero rito exterior, sino que lo acompañemos dejando atrás las tinieblas para vivir en su luz. Que al cantar el aleluya, palabra hebrea que significa “alegría”, la hagamos nuestra y enfrentemos nuestro día a día con alegría esperanzada.
En la misa del Domingo de Pascua se canta o reza un himno muy antiguo, llamado “Secuencia”, que resume admirablemente estas verdades. Los invito a meditarlo y preparar así nuestro corazón para la celebración:
Cristianos,
ofrezcamos al Cordero pascual
nuestro sacrificio de alabanza.
Porque ha redimido a las ovejas:
Cristo, el inocente,
las llevó junto a su Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron,
lucharon en un duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto,
pero nuestro Rey ahora vive.
Dinos, María Magdalena,
¿qué viste en el camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente,
la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles,
testigos del milagro,
he visto los vestidos y el sudario.
Ha resucitado mi esperanza,
Cristo nos espera en Galilea.
Verdaderamente ha resucitado.
Tú, Rey victorioso,
ten piedad.
Amén, aleluya.
Hacia el final, el himno recuerda que María Magdalena fue la encargada de transmitir la gran noticia de la resurrección de Jesús a los demás discípulos y anunciarles que debían ir a Galilea para verlo. Allí Jesús se les aparecería también a ellos para confirmarlos en su fe y enviarlos a proclamar el Evangelio al mundo entero.
“Ir a Galilea” es dejar la tristeza de la muerte para encontrar al autor de la vida, vida que estamos llamados a transmitir a los demás. Vayamos también nosotros a Galilea.
De todo corazón les deseo una Pascua llena de Jesús, fuente de vida, alegría y paz.
Pedro Oeyen