Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de agosto de 2017.
17 de agosto, paso a la inmortalidad del Gral. José de San Martín.
San Martín, además de ser una estatua ecuestre, fue un hombre con sentido del humor. Cuentan que una noche se reunió con amigos y les dio a probar dos vinos: uno de Málaga y el otro de Mendoza. Los convidados reaccionaron bien al primer trago, servido de la botella en cuya etiqueta se leía “Vino de Mendoza”:
—Es un vino rico —dijeron—, pero le falta fragancia.
Mucho mejor reaccionaron al segundo:
—¡Delicioso, exquisito! No hay punto de comparación…
La etiqueta de esta segunda botella decía: “De Málaga”. Al instante, nuestro General largó una carcajada y les confesó que, antes de que ellos llegaran, había cambiado las etiquetas a propósito:
—Caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo, y se dejan alucinar por rótulos extranjeros. Ya veo lo que somos los americanos…
Esta pequeña escena ocurrió en 1816, durante los preparativos para una de las mayores hazañas de nuestra historia: el Cruce de los Andes. Pobre General, ¿no? En plena campaña por la independencia de España, tener en sus propias tropas hombres tan enceguecidos por lo español. Pero, indudablemente, esos dos convidados no fueron ni los primeros ni los últimos que tuvieron esa actitud…
San Martín se adelantó, con su breve chanza, a tantos experimentos de marketing sobre la reacción de los consumidores ante ese estímulo increíble que es el loguito de tal o cual marca. Bien llamado “Libertador”, entonces. Además de que liberó a tres países del “león español”, nuestro General intentó liberar un poco nuestras mentes de esa cosa tan molesta que se llama prejuicio.
Prejuzgar es hacer un juicio sobre algo sin conocerlo previamente. O sea, es alejarse de la verdad que las cosas tienen. Y eso puede pasarnos, como país, en dos sentidos opuestos: en primer lugar, esta visión europeísta (o “norteamericanista”, actualizándonos un poco, o el extranjero que sea) que desconoce nuestras fortalezas propias o las pone siempre por debajo de las ajenas. Hoy en el colegio un grupo de adolescentes se sorprendió con una serie de televisión: “Bastante buena, para ser argentina…”, sentenciaron. Los más chicos, en el patio, no jugaban a la mancha venenosa sino al “infected”, que es lo mismo pero suena mucho más canchero (¿o debería decir más “cool”?). Pero también está el segundo prejuicio: el que dice que todo lo argentino es superior o naturalmente encomiable, otra falacia triste y un falso patriotismo.
Los gobiernos van y vienen, cada cual con su prejuicio a cuestas. Con una postura, arengan a un sector más “nacional y popular”; con la otra, a uno más “global”… Sea como sea, es evidente que el General sabía que la libertad de nuestro país está en la verdad de lo que somos, no en lo que pretendemos ser o -peor- en lo que nos dicen que seamos. Ya lo sintetizó él una vez: “Serás lo que debas ser, o si no… no serás nada”.
¡A su salud! Y viva la patria.