Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2017.
Uno de esos tantos videos que circulan por las redes sociales cuenta esta breve anécdota: una mujer joven está cocinando con su padre, de alrededor de setenta años. “¿Cómo te fue con el Ipad que te regalé para tu cumpleaños, papá?” “¡Muy bien, lo uso para todo!”, responde el viejo agradecido. Y, ante la mirada atónita de su hija, termina de picar la cebolla con mucho ahínco, luego enjuaga la “tabla” con abundante agua y finalmente la pone en el lavavajillas: efectivamente, lo usaba para todo. Es que es notable lo que se parecen una tabla de picar verduras y un Ipad.
El 8 de septiembre es el Día Internacional de la Alfabetización de Jóvenes y Adultos, declarado por la UNESCO hace cincuenta años. Desde aquel entonces, la situación ha mejorado mucho, aunque el 15% de la población mundial mayor de 15 años (según estadísticas del 2010 relevadas por el Banco Mundial) todavía sigue siendo analfabeta. Sin embargo, en este aspecto nuestro país presenta una situación muy positiva, al menos numéricamente hablando: según el mismo organismo, el 98% de nuestra población mayor de 15 años ya lee y escribe. Para el 2% restante, hay centros de alfabetización, programas estatales y ONG repartidos por todo el territorio. ¡No está nada mal!
Pero hay otra alfabetización pendiente: la digital. Como el señor del Ipad, nuestros adultos mayores pueden ser excelentes lectores, pero empiezan a reconvertirse en analfabetos cuando de dispositivos electrónicos se trata. Es lógico pensar que la enorme velocidad de las comunicaciones, la fragmentación y diversidad de los contenidos, la actualización constante de los servicios y aplicaciones, la fragilidad de los aparatos, sean todos obstáculos para ellos, quienes suelen empezar a ver limitada su vista, su memoria, la coordinación de sus dedos…
Sin embargo, este problema trae consigo una muy linda oportunidad: el intercambio. Si ser analfabeto es ser vulnerable, podemos decir que nuestros abuelos nos hicieron fuertes cuando nos contaban cuentos, nos leían o hasta nos escribían cartas. Ahora podemos devolverles la generosidad compartiendo con ellos las novedades, el entusiasmo, nuestra agilidad de comprensión. Matecito de por medio, podemos ayudarlos a estar más conectados y actualizados, incluso a ser más independientes: hacer un trámite, informarse rápidamente, comunicarse con sus seres queridos. La rapidez de un Whatsapp y el aliento largo de una carta manuscrita, lindo trueque. Y ellos siguen teniendo para nosotros las palabras pausadas, los recuerdos, las historias largas y reposadas que tanto nos hace falta aprender a escuchar.
La sabiduría de estos “analfabetos digitales” es un tesoro enorme para nosotros, supuestos expertos en comunicación. Y si un Ipad es ocasión para tender este puente, ¡bienvenido sea!