Reflexión de Milagros Pacheco publicada en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2017. 

11 de septiembre, Día del Maestro.


El Día del Maestro es, para mí, no sólo un día para celebrar y recibir felicitaciones recordando la labor de Domingo Faustino Sarmiento, sino también un día especial en el cual, año tras año, reafirmo mi vocación.

Cuando era chica me encantaba jugar a la maestra: con peluches, hermanos, amigas, muñecas. No tengo un recuerdo claro de cuándo decidí ser maestra: siempre lo supe. Terminé el colegio y me anoté sin dudar. Los primeros años trabajé como auxiliar, y recién este año empecé a tener un grado a cargo.

Fue durante este 2017 que aprendí todo. Más allá de lo que se pueda aprender en el profesorado, que me dio muchísimas herramientas, estoy segura de que a ser docente se aprende con la práctica. En cada clase, en cada recreo, en cada día que paso con mis alumnos sigo aprendiendo cada vez más.

El vínculo alumno-maestro es mágico. No sólo doy lo mejor de mí, sino que también recibo, e incluso a veces más de lo que doy. Mi relación con mis alumnos es increíble, impagable, impresionante. Ver veinte caras esperando que llegue a la clase, con una sonrisa, listos para un nuevo día, preguntando qué cosas nuevas les traje; ver sus progresos, sus ganas de superarse, sus ganas de aprender es lo que me motiva y me asegura que vale la pena ser docente.

Educar es transformar, es acompañar, es guiar. Educar es “sacar de adentro”, es ayudar a que cada uno saque lo mejor de sí mismo, lo mejor que puede dar, sin imponer ni depositar algo en el otro. Por eso día a día intento que mis alumnos se sientan capaces y seguros de dar lo mejor, confiando en que ellos mismos pueden hacer lo que se propongan.

Acompañar el proceso de aprendizaje de los chicos, compartir todos los días con ellos y transformar su vida diaria tan solo con una sonrisa, una tiza y un pizarrón, es un regalo de Dios. Me siento agradecida y privilegiada por el lugar en el que Dios eligió que esté.

En la Pastoral de Jóvenes de la Catedral hay muchas personas interesadas en esta profesión. Cada vez son más los que eligen la docencia. Me alegra, me entusiasma y me enorgullece que a jóvenes de 20, 21, 22 años les surja la inquietud de educar y tener esta experiencia. Hay otros que no se animan, que creen que siendo jóvenes “no van a poder”. Hoy, más que nunca, es fundamental acompañarlos, incentivarlos, motivarlos para que descubran lo mágico de educar. Así que, para ustedes, maestros, colegas: ¡qué importante es agradecer a Dios por la vocación que nos regaló! ¡Feliz día!

«… La tarea del docente, que es también aprendiz, es placentera y a la vez exigente. Exige seriedad, preparación científica, emocional y afectiva. Es una tarea que requiere, de quien se compromete con ella, un gusto especial por querer bien, no sólo a los otros sino al propio proceso que ello implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar”.

Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar.