Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de octubre de 2017. 

12 de octubre: Colón llegó a América.


Por el río Amazonas debe correr menos agua que la cantidad de tinta y sangre derramadas con la llegada de los europeos a América. Cada 12 de octubre vuelven a encenderse festejos, polémicas y acusaciones, todo junto.

Otra manera de acercarse a este hecho es desempolvando una palabra vieja y alegre como pocas: la palabra AVENTURA.

“Vuestras Altezas ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra de andar, sino por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie”, escribió Cristóbal Colón en su Diario de viaje en agosto de 1492. El navegante genovés tuvo la valentía gigante de buscar un camino totalmente nuevo, jamás usado por nadie. Y no sólo eso: según los geógrafos más prestigiosos, era un camino imposible.

Con esto solo alcanza y sobra para que celebremos actos y homenajes año tras año. Por eso, en lugar de festejar el 12 de octubre —día del mero éxito— mejor sería hacerlo el 3 de agosto, que es cuando las tres carabelas se lanzaron a la aventura, es decir a ‘lo que va a venir’, según la etimología latina de la palabra. Lindo feriado sería el “Día de la Aventura”.

¡El vértigo que habrán sentido esos hombres al zarpar del Puerto de Palos aquella mañana, con rumbo desconocido! Los barcos frágiles y el mar inmenso, todavía nunca surcado. Los marineros, abiertos a lo que viniera; el Almirante, vigilante y confiado.

La aventura es un deseo con raíces muy fuertes en el corazón del hombre. Por algo será que en los cuentos tradicionales, que escuchamos desde chicos una y otra vez, siempre hay mares por cruzar, bosques por atravesar, montañas por traspasar. No nos cansábamos de viajar, junto a Simbad o Ulises, por todos esos caminos nuevos, a estrenar. Siempre el miedo y la sorpresa, esa sensación inexplicable de que todo puede suceder.

Siempre me acuerdo de esa escena de la película The Truman Show en la que el protagonista, de chico, anuncia que de grande quiere ser explorador y la maestra, tan simpática, le muestra un planisferio ya completamente explorado. La cara de decepción de Truman es desoladora.

A mí también me decepcionó mucho saber que ya no quedaban islas por descubrir. Pero, en cambio, conozco muchas personas que cada mañana salen al mundo listas para descubrir la isla escondida (y a veces, sin saberlo, el continente) que está ahí al acecho, esperándolos a ellos y sólo a ellos. Salen con poco equipaje y las manos abiertas, y el espíritu dispuesto como las velas desplegadas de una carabela. Deben tener miedo, igual que Colón, pero hay una razón por la que confían en que no se están tirando al vacío: saben que con ellos avanza Dios, el más aventurero de todos los navegantes.