Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de octubre de 2017.
Era una mañana bastante fría. Las nubes prometían lluvia. Yo caminaba por la vereda, más exactamente por la calle Haedo, en Beccar. Al llegar a la esquina de Haedo y Posadas, uno puede contemplar la imagen de la Virgen de Lourdes. En una pequeña ermita, la Virgen espera que alguien le prenda alguna velita o se le acerque a charlar; o simplemente nos recuerda que está presente entre nosotros.
Pasé por allí como paso casi todas las mañanas pero, esta vez, admito que se me movió un poco el corazón: una viejita (muy muy viejita) a duras penas se había acercado hasta la imagen y, mientras miraba con devoción a la Virgen, sacaba las flores ya marchitas para cambiarlas por un ramo nuevo de margaritas. Con suavidad, removía las hojas secas de ramos anteriores para volver a llenar de vida el florero que acompaña la imagen. Más que eso no vi porque yo, como antes dije, iba de paso.
No sé bien qué fue lo que me conmovió. Puede que haya sido la fe de aquella viejita que, en esa mañana tan fría, se levantó de la cama sin que nadie la obligara, salió a comprar el ramo de margaritas y caminó hasta el encuentro de María para hacerle tan lindo regalo. Puede también que me haya conmovido el saber que otros, antes que ella, hicieron lo mismo, sabiendo que un día sus flores se marchitarían, pero sabiendo también que otra persona las iba a renovar. Las velas ya consumidas, signo de que aun más gente pasó por allí ofreciendo alma, vida y corazón, fueron otros de los factores que me hicieron entrar en razón de que allí no sólo estaba la imagen de la Virgen sino que también había signos de amor y de ardiente fe.
Ahora me pregunto, ¿cuántas veces me detuve a mirar hacia dentro para, como aquella viejita, remover lo viejo? ¿Cuántas veces me hice el tiempo suficiente para pensar en qué cosas ya están, como las flores, marchitas dentro de mí? Personalmente, muchas veces me da miedo conocerme, mirar cuáles son mis defectos, mis hojas ya secas. La vida me presenta situaciones que me invitan a crecer pero muchas veces no hay espacio para todo; antes es necesario sacar lo que ya no sirve, lo que no hace bien, lo que ya murió. Muchas veces nos cuesta tirar eso que ya está viejo, nos cuesta despegar los restos de algo ya consumido.
La tarea será entonces desafiarse, tomarse unos minutos para pensar. Creo importante reflexionar: ¿De qué cosas hoy quiero deshacerme para poder darle lugar a lo nuevo? ¿Con qué cosas quiero renovar hoy el florero?
Que hoy sea un día para empezar a desafiarnos, a conocernos, a descartar lo que está marchito para poder sembrar vida nueva. Y que esa vida que nos llena de fuerza actúe como las margaritas, para poder ser puestas a los pies de María, que nos cuida, nos protege e intercede siempre por nosotros.