Reflexión de Juan José Mayer publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2018. 


A medida que avanza el año, es normal acostumbrarse a la rutina e ir sintiéndose cómodo en lo que uno hace: sumar años en el trabajo, estudiar, practicar un deporte, pasar tiempo con amigos y estar con la familia, entre miles de las cosas que suceden día a día.
Estoy cursando mi último año de facultad y la ansiedad por recibirme me trajo la siguiente pregunta: ¿Y DESPUÉS QUÉ VIENE? ¿Formar una familia, hacer un viaje, seguir estudiando; más trabajo, más boliche? ¿Hacia dónde quiero ir? Este es un momento de incertidumbre para muchos de los jóvenes que empezamos a pensar en una nueva etapa de la vida y en lo que haremos en los próximos años. Sea cual sea la respuesta, desde un “No sé” o “Me voy a dar la vuelta al mundo”, Jesús nos hace una propuesta que implica moverse.
Ser conscientes de que tenemos la libertad de elegir qué hacer cada día es un puntapié para plantear qué objetivos alcanzar, y ponerse en acción es el primer paso.
En la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30), el dueño de la hacienda les pide a sus siervos una rendición de cuentas de los talentos que les había confiado. Dos de ellos habían duplicado el valor y el tercero los había escondido por miedo.
Si bien el Evangelio no nos dice qué hicieron los primeros dos siervos para lograrlo, sí nos invita a salir del molde, a conocer nuestras capacidades y trabajarlas. Nos dice “No te quedes en el sillón”, porque por lo que hayamos hecho con aquellas nos juzgarán. Lo que te fue entregado: ¿te lo guardás o lo ponés en práctica? No esperar a que el tiempo pase, buscar desafíos, involucrarse para lograr un resultado y superarse a uno mismo… requiere plantearse objetivos y hacer cada día algo para estar más cerca de ellos. No es fácil detenerse y reconocer lo que tenemos para dar, pero buscarlo ya puede ser la primera tarea.