Reflexión de Mercedes Ruiz Luque publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2018. 


En algunas semanas, estaremos comenzando a transitar nuevamente el invierno. Esa estación tan querida por algunos y poco deseada por otros. Pero que, en definitiva, cada año forma parte de nuestra vida.

A menos que nos la pasemos viajando de un hemisferio a otro, no podemos vivir en una “eterna primavera”. Los inviernos llegan inevitablemente, no podemos hacer nada para cambiar esto. Lo que sí podemos hacer es vivirlos y atravesarlos con una mirada nueva, que no es lo mismo que negarlos o ignorarlos.

Lo mismo pasa con nuestros momentos oscuros, de dolor o de aparente vacío. En la vida, tenemos que ser conscientes de nuestros problemas y dificultades, para abrazarlos así como son y tratar de sacar de ellos algo positivo: un aprendizaje, un crecimiento, una fortaleza… incluso, hasta podemos llegar a desarrollar una nueva capacidad.

Los seres humanos necesitamos tiempo para todo. Cada cambio importante lo vivimos como un proceso. Y cada cambio, por lo general, nos genera algún tipo de inestabilidad o incertidumbre. No soy psicóloga ni nada parecido pero, si tuviera que caracterizar al ser humano, lo definiría como un ser marcado por los tiempos, los cambios… y las crisis.

Lo que quiero proponer en esta ocasión es el aceptar los tiempos propios, aprender a vivir con nuestros vacíos y reconciliarnos con nuestras crisis. Reconocer que somos seres humanos y que podemos caer en los momentos menos pensados. Y, además, identificar nuestras fragilidades y limitaciones para poder trabajarlas.

Para esto nos vendría bien aprender a confiar en los demás y saber pedir ayuda. Animarse a decir “no puedo solo”, sin pretender ocultar todo el tiempo nuestra vulnerabilidad.

A veces es necesario tocar fondo, para poder crecer con más fuerza. Además, es en la debilidad en donde uno es más fuerte. Porque es ahí en donde nos damos cuenta de que no somos autosuficientes. Porque es ahí, básicamente, en donde actúa con más fuerza la gracia de Dios.

Nuestros corazones están hechos de tal manera que sólo pueden saciarse con el amor de Dios. Por eso, en los momentos más difíciles, confiemos en su gracia para poder atravesarlos y superarlos. Esta entrega plena a Dios no nos va a evitar los problemas. Sin embargo, sabernos sostenidos por su amor nos dará la fortaleza y serenidad necesarias para poder superarlos.