Reflexión de Juan José Mayer, publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2018.
26 de julio: Santa Ana y San Joaquín, abuelos de Jesús.
Algunos los conocieron, otros no, otros tienen vagos recuerdos. Nuestros abuelos son testigos de historias; ellos las vivieron, las recuerdan, las cuentan y nos trasladan a esas épocas. Ellos tienen el valor del tiempo. Manos arrugadas y ceños marcados son evidencias de largo camino recorrido, de mucho tiempo trabajado.
Nos hacen detenernos, ponernos a su ritmo y bajar revoluciones, no nos apuran. Tienen costumbres de otras épocas: son conscientes del valor de las cosas, de los pequeños gestos, de las visitas, de compartir momentos, de la compañía. Antes, las distancias eran más lejanas, viajaban en tranvía o sulkis, y sin duda intercambiaban cartas de amor; hoy, muchos se convierten en millenials con Facebook, Instagram y Whatsapp.
A veces nos toca despedirnos o acompañarlos en momentos difíciles, aunque tengan sus mañas; podemos dejar el celular de lado y prestarles atención, escucharlos y hacerles compañía. Nos dan una oportunidad de salir al encuentro, ahí donde está el verdadero amor, donde podemos aprender de su experiencia, de sus desafíos enfrentados, de sus alegrías y tristezas. Démosle prioridad a ellos, que son la razón de unir a la familia los domingos. Llenémonos de su vida, así tendremos anécdotas que contar a nuestros nietos; seamos abiertos a sus palabras, escuchémoslos, ellos tienen qué decir.
Sus consejos, mimos, abundantes comidas, sus rezos y preocupaciones muestran el amor que tienen por los nietos.
No los descartemos, no nos olvidemos de que están ahí para nosotros y nosotros para ellos.