Reflexión de Mercedes Ruiz Luque, publicada en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2018. 

Vení, matearemos despacito juntos.
Me hablarás de lucha, te hablaré de fe,
y al final del día nos daremos cuenta
de que en igual senda andamos tal vez.

Fragmento de la canción Los yuyos de mi tierra, de Mamerto Menapace.


Tuve la gracia de visitar el mar durante las vacaciones de invierno. Si bien me tocaron varios días de lluvia, cada vez que pude salí a caminar por la playa. Mientras caminaba, pensaba en cuestiones actuales de mi vida.

Así me acordé de tantos otros dilemas que pasé a lo largo de los años y de tantas decisiones que tuve que tomar. Y de cómo cada una de estas decisiones me llevaron a vivir distintas situaciones que con el tiempo hicieron que fuera quien soy hoy; que forjaron mi personalidad, afianzaron mi identidad y que son parte de mi historia.

Me puse a pensar en la importancia de algunas elecciones que hacemos: por ejemplo, en cuanto a qué estudiar, dónde vivir, de qué trabajar. Son opciones que nos alientan a comprometernos cada vez más con nuestra vida, que marcan nuestra existencia y nos abren mundos de posibilidades. Y que, por lo tanto, no pueden tomarse a la ligera.

I. Ponerse en manos de Dios

Si tuviera que recomendar(me) qué hacer ante una situación así, lo primero que sugeriría sería ponerla en oración.
La vida nos presenta muchos caminos posibles para transitar. Todos buscamos ser felices, pero cada persona tiene sus búsquedas, sus tiempos y sus procesos personales. El discernimiento implica buscar la voluntad de Dios (que es el primero que desea nuestra felicidad) en lo que nos toca vivir. Solo así podremos experimentar una vida plena: es Dios quien pone dentro de nosotros el anhelo de felicidad y, por lo tanto, solo Él puede saciarnos.
Con Dios, no hace falta elaborar largos discursos ni explicaciones. Simplemente, decir con palabras propias: “Dios, tengo que elegir/decidir tal cosa. Te pido que me guíes y me ayudes a tomar la mejor decisión”.
Si lo hacen de corazón, les aseguro que sentirán un consuelo y una tranquilidad enormes. Porque no hay nada como dejarse sostener por las manos de Dios y confiarle nuestra vida y todos nuestros cuestionamientos. Al pedirle que nos ilumine con su luz y nos aclare los pensamientos, podremos ir descubriendo su voluntad y lo que es mejor para cada uno de nosotros.

II. Abrir el corazón

Cada uno de nosotros será feliz si sigue el camino de su propia vocación. Pero ese camino no lo podemos recorrer solos: necesitamos de los demás.
Poner en palabras y compartir con alguien lo que nos pasa siempre va a ayudarnos a ordenar y aclarar las ideas. Ante un momento de incertidumbre, lo peor que podemos hacer es aislarnos: por más de que la decisión sea completamente personal, siempre va a ser mejor contar con otro punto de vista.
Por supuesto, no vamos a andar exponiéndole nuestros dilemas existenciales a cualquier persona con la que nos crucemos. Pero contar con un amigo o familiar con el que tengamos mucha confianza puede ser de gran ayuda. Seguramente, de este diálogo puedan surgir muchas cosas nuevas y revitalizadoras (ideas, soluciones, alternativas).

III. Contar con un acompañante espiritual

Sin embargo, recomiendo dar un paso más en estas búsquedas de respuestas: dejarnos guiar por un acompañante espiritual. Alguien que, a la luz de la fe, nos oriente en nuestro caminar. Alguien con quien poder compartir la vida, que nos inspire a superar lo que nos ata y a ver de otra manera las cosas que parecen confusas. Alguien que nos aliente a pensar, que nos haga descubrir las verdaderas preguntas y que nos ayude a ver las crisis personales como oportunidades para revisar nuestras propias motivaciones.
Como seres humanos, estamos en constante movimiento, crecimiento y desarrollo. Cada uno lleva dentro de sí el sentido de su vida, pero a veces somos incapaces de reconocerlo y trabajarlo por nuestra propia cuenta. Es por eso que, si nos dejamos acompañar por alguien, con su ayuda y con el soplo del Espíritu Santo podremos ir descubriendo nuestros sentimientos y deseos más profundos para poder encauzar nuestras decisiones.
Para terminar, comparto esta cita de André Louf sobre el acompañamiento espiritual: “se trata de dos seres que se enfrentan, llamados a hacer juntos un trozo de camino y entre los que tiene que ocurrir un hecho importante. Una chispa de vida brotará de uno hacia otro. No una vida cualquiera, sino la vida misma de Dios, la luz y la fuerza de su Espíritu” (Louf, 2017:101)*.


* Louf, Andreu. A merced de su gracia: Propuestas de oración. 2017. Buenos Aires: Editorial Ágape.