Carta de nuestro párroco, P. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de octubre de 2018.
«Monseñor Angelelli luchó por la justicia hasta dar la vida».
El pasado 8 de junio, Monseñor Marcelo Colombo, obispo de La Rioja, comunicó la noticia del reconocimiento por parte de la Iglesia del martirio de Monseñor Enrique Angelelli, los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wenceslao Pedernera. Eran un obispo, un religioso, un sacerdote diocesano y un catequista padre de familia.
El 4 de agosto de 1976, la muerte de Monseñor Angelelli coronó una vida de generosa entrega a la causa del Evangelio. En sus últimos escritos, Angelelli preveía este final y estaba generosamente dispuesto a entregar la vida en la lucha por los derechos de los más desprotegidos.
El decreto promulgado por la Congregación para la Causa de los Santos, de la Santa sede, dice que serán declarados mártires por haber sido asesinados “en odio de la fe” (odium fidei). ¿Qué significa esta expresión? ¿Quienes asesinaron a estos hermanos odiaban la fe?
Recordemos que el 4 de julio de 2014 el Tribunal Oral Federal de La Rioja condenó al general Luciano Benjamín Menéndez y al comodoro Luis Fernando Estrella como autores mediatos del asesinato de Angelelli. Se trató de una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo de Estado. Seguramente estos militares profesaban la fe cristiana, pero esto no les impidió violar el sagrado derecho a la vida del obispo y sus compañeros mártires.
El Concilio Vaticano II, al hablar del martirio, no nombra la profesión de fe, aunque la supone, sino que habla de martirio como “máximo testimonio de amor” hasta hacerse total donación de sí, uniéndose a Cristo en el derramamiento de su sangre (Lumen Gentium 42).
Desde esta perspectiva, la teología actual nos enseña que el concepto tradicional de martirio incluye a quienes mueren luchando por un valor cristiano como la justicia. Cuando decimos que el mártir muere por la fe, el término fe incluye la moral cristiana. Santa María Goretti, que es considerada mártir, no murió por profesar su fe, sino por defender un valor cristiano como la virginidad. San Oscar Romero, arzobispo del Salvador, fue asesinado por las fuerzas militares que lo persiguieron por defender la justicia y los derechos humanos. San Maximiliano Kolbe murió en Auschwitz después de haberse ofrecido espontáneamente a reemplazar a uno de los prisioneros elegidos para morir de hambre.
Por eso el “odio de la fe” de los asesinos de Angelelli y sus compañeros se expresó en el deseo de acallar cruentamente la voz de quienes defendieron la justicia y la dignidad de los más pobres. Lo que hubo entonces fue el odio a una de las consecuencias de la fe de estos testigos: la justicia. Un valor que ellos estimaron más que a sus vidas y que los llevó a la muerte. Por eso los veneramos como mártires ya que son para nosotros una fuente de gracia e inspiración.
El 30 de julio pasado, el diario La Nación publicó una editorial afirmando que Monseñor Angelelli de ninguna manera constituye el modelo de ejemplaridad cristiana que la iglesia exige para iniciar un proceso de canonización. Nuestro episcopado repudió esta afirmación calumniosa, confirmando los altos valores evangélicos de estos hombres y su firme decisión de dar la vida por ellos desde antes de ser asesinados.
Demos gracias a Dios por el testimonio valiente de estos hermanos y sintámonos llamados a entregarnos cada día con generosidad por la fe y los valores de la fe que profesamos.
Les dejo un abrazo.
Padre Carlos