Reflexión de Ignacio Caride, médico psiquiatra, publicada en la revista Bienaventurados del mes de octubre de 2018. 


¡Qué grande es el concepto de salud mental! La salud mental parece abarcar muchas cosas, que son muy personales y difíciles de cuantificar.

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.

El estado de bienestar no significa estar feliz y contento todo el día, sino que es el resultado de un equilibrio frente a las “tensiones normales de la vida”. Esto significa que, para tener salud mental, no tenemos que pretender estar en un estado de felicidad constante. Los momentos tristes o de angustia nos ayudan a conectarnos mejor con algunas situaciones y necesidades. Así como descansar en la cama es agradable luego de un día de trabajo, el bienestar lo sentimos también en relación con momentos que no son tan agradables.

En el consultorio suelo escuchar: “Uh… ¡Terminé en el psiquiatra! ¡Debo estar loco!”. Por suerte, luego de charlar un rato, las personas se suelen ir más tranquilas al entender un poco más lo que les pasa.

Muchas veces, los motivos de consulta son esas “tensiones normales de la vida”; otras veces, son enfermedades que requieren un tratamiento más específico como por ejemplo esquizofrenia, bipolaridad, y hasta un cuadro de consumo problemático (adicción). En estos casos, además del padecimiento de la enfermedad, puede haber discriminación y estigmatización por parte del entorno y de la sociedad, y eso hace que la persona sufra más.

Lo mejor que podemos hacer como sociedad, como familiares o amigos de una persona con estos padecimientos, es comprenderlos, integrarlos, no anularlos ni discriminarlos, apoyarlos y formar una red de contención.

En un mundo que busca la inmediatez de los resultados y que no tiene paciencia para vivir los procesos, la medicación puede tomar un rol protagónico. Como dijimos antes, la mente es muy compleja; por eso, los tratamientos no deben acotarse a lo farmacológico, sino que deben integrarse con terapia y otros cuidados.

En una sociedad que nos exige estar bien todo el tiempo y ser exitosos siempre en todo lo que hacemos, muchas veces cuesta parar la pelota y recalcular el rumbo o la intensidad con la que estamos viviendo, conectarnos con nosotros mismos y con nuestros afectos.

Reflexionar sobre nuestras costumbres y actitudes, ver qué cosas contribuyen a nuestra salud mental y cuáles no. Quizá me siento bien luego de haber charlado con un amigo o haciendo algún deporte, y quizá me sienta ansioso o vacío luego de estar todo el día viendo series o distraído con actividades que sólo sirven para pasar las horas.

¿Cómo puedo transitar las tensiones normales de la vida de una mejor manera? Como dije, primero es importante entender los procesos; segundo, saber que son cosas que nos pueden pasar a todos y por ende debemos ser empáticos y comprensivos con quien las padece; y por último, como antídoto frente a una sociedad hiperconectada pero desvinculada, fortalecer los vínculos, con nuestros seres queridos y con nosotros mismos. Somos seres sociables por naturaleza y vincularnos suele ser el medio por el cual disminuyen y se resuelven muchos malestares.