Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2018.
20 de noviembre: Día de la Soberanía
En una carta dirigida a su amigo Tomás Guido desde el exilio, San Martín afirmaba, refiriéndose a los ingleses y franceses: “Habrán visto por esta muestra que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”. Así comentaba uno de los hechos de armas más renombrados de nuestra historia: la batalla de la Vuelta de Obligado.
El 20 de noviembre de 1845, una flota anglo-francesa formada por 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes llegó a un recodo del río Paraná denominado Vuelta de Obligado. Su objetivo era llegar a Corrientes y entablar relaciones de comercio libre con la región sin la autorización de Buenos Aires.
Para detener el paso de los dos países más poderosos del mundo, el general Lucio Norberto Mansilla había cruzado tres cadenas a lo ancho del río usando 24 lanchones y, a su vez, había dispuesto un ejército de dos mil hombres en las costas. Fue una larga jornada de acciones heroicas por ambos bandos, que terminó con la derrota del ejército argentino ya que los invasores lograron cortar la cadena y navegaron río arriba. Sin embargo, su superioridad numérica (más de cien cañones suyos contra unos 35 nuestros) y tecnológica (mayor alcance y puntería) no les garantizó una victoria rápida.
Definitivamente, el ejército argentino resistió con bravura, según los testimonios de la época, porque lo que estaba en juego era ni más ni menos que nuestra soberanía. Y valió la pena, porque poco tiempo después tanto Inglaterra como Francia abandonaron sus pretensiones sobre nuestro territorio.
En reconocimiento a ese esfuerzo por defender lo propio, desde hace algunos años celebramos, cada 20 de noviembre, el Día de la Soberanía. No porque hayamos vencido, sino porque ese día luchamos por defenderla aunque parecía inútil el intento.
Hoy seguimos teniendo nuestras “Vueltas de Obligado”. Como parte de un mundo globalizado, las influencias entre los distintos países son cada vez más rápidas, directas y, a diferencia de antes, incruentas (al menos en estas latitudes). Sin embargo, la soberanía implica pensar por nosotros mismos. Es decir, ser capaces de elegir qué queremos tomar de afuera y qué no, sin dejar que nadie nos imponga nada.
En particular, este año se está dando con mucha fuerza el avance del feminismo, el aborto y la ideología de género sobre nuestra vida nacional. Todas estas concepciones forman parte de los programas de desarrollo que proponen la ONU y otros organismos internacionales, custodios del pensamiento hegemónico actual. A nosotros, como ciudadanos de una patria libre y soberana que fue de nuestros padres y será de nuestros hijos, nos toca hoy elegir qué hacer con eso. ¿Los dejamos navegar libremente por nuestras aulas, hospitales y hogares o nos ocupamos nosotros de pensar las soluciones para esos problemas, en lugar de tomarlas de otros lados tal cual vienen diseñadas? A fin de cuentas, el dilema siempre es el mismo: seguimos siendo colonia o nos convertimos en un país libre, seguimos siendo meros habitantes o nos convertimos en ciudadanos.