Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de noviembre de 2018.
22 de noviembre: Santa Cecilia
Tengo la excelentísima suerte de haber nacido en una familia que se caracteriza por su gran musicalidad. Familia que comienza parte de su historia en el momento en que mis abuelos se conocen al participar de un mismo coro.
Hoy en día, abuelos, tíos, primos y hermanos nos encontramos cantando a una sola voz en cada cumpleaños, evento, Navidad… De hecho, hace algunos años, una de mis tías, con mucha franqueza, grababa en su CD: “Cantar en familia no es ninguna ciencia, pero sin dudarlo es la mejor herencia”.
Mi papá solía despertarnos a la mañana para ir al colegio con canciones de Mercedes Sosa a todo volumen. Creo que eso y la costumbre familiar fueron importantes factores que hicieron que hoy en día en casa la música fuerte sea un integrante más de la familia, y que las canciones en el auto, cantadas a los gritos, sean siempre bienvenidas con total normalidad.
Gracias a crecer rodeada de guitarras, pianos, violines y hasta violas, hoy la música tiene un lugar muy especial en mi vida, tan especial que me resulta muy difícil entender cómo hay gente que no se moviliza con el arte de escuchar, cantar o tocar una canción.
Creo que la música es un arte que conecta. La música nos conecta con nosotros mismos, con lo más profundo de nuestro ser. Hay canciones que hablan de nuestro pasado, como recordándonos aquello que no hicimos, como reprendiéndonos por callar, por no amar, por olvidar. Hay canciones que, en cambio, nos recuerdan la importancia de vivir, de querer, de atrevernos a más, dejando en sus melodías el gusto de la alegría.
La música nos conecta con los demás, nos reúne, nos hace iguales. Yo, desde mi casa escuchando una canción, soy igual a aquel otro que la escucha en su casa en Jujuy o incluso en otro continente. La música nos hace iguales porque entra por igual a través de nuestros oídos y llega directo a nuestro corazón.
Creo que la música es un arte que sana, repara y logra limpiar muchas heridas. Hay canciones que nos hacen perdonar a los demás y a nosotros mismos. Hay canciones que nos invitan a una segunda oportunidad, que nos invitan a volar alto. La música sana porque nos lleva hasta los lugares más recónditos de nuestro ser, permitiéndonos olvidar por un rato aquello que nos pesa y nos agobia. Hay una canción que me hizo entender un poco esto que dice “… se curarán todas las heridas del corazón, (…) convertiremos las heridas en canción…”. Creo que de eso se trata: de entregarle a una simple melodía la complejidad de un nosotros mismos para que, entre silencios y armonías, todo aquello se convierta en un gran himno de vida.
Hoy la música me acompaña, me refresca la cara, me invita a siempre seguir adelante. En ella encuentro un refugio, un lugar en donde puedo habitar.
El 22 de noviembre se celebra el Día de la Música. Que en este día sepamos aprender a ser un poco como ella. Que podamos ser melodía para los oídos de los demás, que podamos ser remanso para quienes necesitan un poco de paz. Hoy la música nos recuerda la importancia de saber escuchar, para volver a empezar de nuevo, dándonos también la chance de sanar.