Reflexión de Ignacio Iribas y Fernán de Elizalde, publicada en la revista Bienaventurados del mes de diciembre de 2018.
A 56 AÑOS DE LA MUERTE DE ENRIQUE SHAW.
El 27 de agosto de 1962 fallecía, a los 41 años, Enrique Shaw, uno de los fundadores de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE) y su primer presidente. Desde ese momento se decía que “era un santo” pero el proceso de beatificación se inició recién en 1998.
Siempre se nos enseñó que todos los cristianos, incluso los laicos, podemos ser santos, pero en los hechos eso no se verificaba y hasta hace unos años había pocos santos laicos. Era inimaginable que un laico como Enrique, de origen social alto, casado, padre de familia, marino y, más aún, empresario, pudiera serlo.
Cuando Enrique tenía cuatro años, muere su madre y queda al cuidado de sus tías. Antes de morir, el pedido especial de su madre a su padre fue que brindara una buena educación católica a sus dos hijos.
Enrique se casó con Cecilia Bunge, con quien tuvo nueve hijos. Uno de ellos, sacerdote que reside actualmente en África, atestiguó que nunca escuchó a su padre decir una mala palabra ni pelearse ni discutir con nadie.
Fue un excelente esposo y siempre estaba al tanto de las alegrías y problemas de su esposa e hijos, con quienes jugaba a una suerte de “guerra de almohadonazos” cuando llegaba del trabajo.
Una anécdota que lo pinta de cuerpo entero es que, siendo parte de la alta sociedad, él quería ser obrero; pero lo convencieron de que no tenía que serlo, sino que con su capacidad podía ayudar a mejorar la vida de los obreros. Él acepta esto y se preocupa y ocupa muchísimo de ellos y de sus circunstancias, especialmente “en las malas de cada uno”.
Cuando en 1941 padece una grave enfermedad, más de doscientos sesenta obreros de la Cristalería Rigolleau, de la cual era Director General, se presentaron a donar sangre.
Desde su cama, al ver a algunos de sus obreros, les llega a decir: “Discúlpenme si les hablo con poca claridad por tener mi lengua endurecida… Pero no quiero dejar de agradecerles todo cuanto han hecho por mí al dar su sangre para las transfusiones que me hacen. Puedo decirles que ahora casi toda la sangre que corre por mis venas es sangre obrera”.
De este modo él quiso ser uno más entre ellos y ellos así lo sintieron y se lo hicieron sentir.
Hoy se está terminando la etapa vaticana del proceso de beatificación y esperamos que Enrique Shaw pronto sea “venerable”.
Creemos que, además de ser una causa novedosa y prácticamente sin antecedentes en el mundo -sería el primer santo empresario y militar-, es una causa muy bien fundamentada y muy contundente por los testimonios.
Los momentos actuales del país, muy parecidos a los de la época de Enrique, demandan nuestro compromiso y actitud para dar testimonio concreto como él lo hizo.
Confiamos en que, en los tiempos señalados por la Iglesia y con los milagros necesarios, esto será una realidad: un laico esposo, padre y empresario santo.