Reflexión de Esteban Mentruyt, publicada en la revista Bienaventurados del mes de diciembre de 2018.
Desde los 16 estás metido en la Catedral. Pasaste por grupos que te llevaron a querer vivir el Evangelio de Jesús. “Sangus” te despertó cariño por los pobres, o por ahí te sentiste muy cómodo en tu grupo de “Post”. Sin embargo, hoy (con 21 años aprox.), hay cosas que te contaron de Él que te cuesta creer y querés replanteártelas: formas que te propone la Iglesia que no creés que se condigan con los tiempos que corren. Sentís una necesidad tajante de cambiar de paradigma, la imagen de Jesús que conociste en “Confir” ya no te convence tanto.
Sumado a esto, te la estás viendo venir: la facultad y demás grupos de amigos no siempre dejan tiempo y energías para seguir con lo que te sostuvo en momentos de duda. Los grupos parroquiales se terminan y empezás a caminar vos solo con Jesús. Hacerlo requiere de una amistad más profunda y comprometida.
Así de copado es Dios que, justo en un momento de dudas, te pide que lo sigas más a fondo. Parecieran ser inquietudes que te agarran a destiempo.
Cuando me vi en esta situación, lo primero que me salió fue querer decir: “el Jesús que conocí no existe” (confundía la imagen caduca con su persona vigente). Quise dar de baja mi relación con Él. Sé que me habría ido resentido, sintiéndome engañado.
También pensé la opción (menos drástica, pero con final parecido) de permanecer, pero menos profundamente, limitándome a unos pocos gestos que serían cada vez menos recurrentes. Es decir, alejarme tan disimuladamente que ni siquiera yo me enterara.
Nada de esto me llenaba el corazón. Sostener a la vez pregunta y compromiso me ayudó a ver lo siguiente: Jesús está cambiando de rostro, pero es la misma persona con la que caminé siempre.
La imagen que tenía de mis viejos, del país, de la Iglesia, de mis amistades, etc. evolucionaba con el tiempo, y significó mucho que también Jesús tuviera un rostro vivo distinto en cada momento. En “Confir” me enteré de que Él nunca usó túnica blanca resplandeciente como lo pintaba yo en jardín, y renunciar a esto me permitió encontrarme con un Jesús más humano. Una renuncia parecida necesité para vivir una fe de joven-adulto.
Ese reniego de (sólo una imagen de) Jesús y la propuesta de caminar más comprometidamente fueron para mí un mismo llamado a encontrar su nuevo rostro, otra cara de la misma persona que conocí y que durará hasta una nueva transfiguración.
Con esta certeza, de que Él va a estar siempre conmigo, encontrar distintas formas de caminar a su lado es una tarea que llevo con esperanza. Hoy, mi forma de explicitar mi compromiso con Jesús es trabajar en una fundación que combina mi vocación de ingeniero con mi vocación profunda de servicio bajo el lema “por la dignidad de cada persona”.
Te escribo estas líneas para invitarte a creer en el Jesús vivo, cuyo rostro va madurando, pero que nunca nos abandona y que nos invita siempre a encontrar renovadas formas de servir.