Reflexión de Agustina Santa María, publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2019.


El comienzo de clases es un momento de ansiedad. Por un lado para los padres, que tienen que buscar las listas, comprar los útiles y preparar los uniformes. Y para los chicos también es así. Ellos se preguntan cómo serán sus compañeros de clase, cómo les irá este nuevo año, qué experiencias nuevas tendrán, cómo será su docente.
Es una situación nueva para toda la familia. Los adultos son quienes generan las estrategias de regulación. Por eso, es importante hablar del período lectivo y generar un clima hogareño para poder dialogar al respecto. Para que los padres puedan transmitirles a sus hijos que ir a la escuela no es una obligación, sino que el aprendizaje puede ser muy gratificante.
El desafío de los padres es tener un discurso unificado: estudiar es tan lindo como jugar; se puede aprender jugando; lo que se aprende en la escuela no es aburrido ni malo. No hay una división tajante entre la escuela y la diversión. Hay que transmitirles que “se puede disfrutar al aprender”.
El mensaje debiera ser que en la escuela uno aprende, además de lo académico, a interactuar, a tener amigos, a resolver situaciones nuevas. La escuela es un lugar de aprendizaje para la vida; hay amor, desamor, alianzas, amigos únicamente del colegio, y también amigos para toda la vida.
Los chicos también aprenden a orientar su curiosidad: a mirar, a explorar. Deben disfrutar del ir a la escuela porque no sólo hay aprendizaje desde el nivel intelectual sino también desde lo emocional, y este es el que perdura en el tiempo. Entonces, el mensaje debiera ser más sano y desde una mirada humanizada.
Es interesante que los padres conversen sobre cuáles pueden ser los objetivos y metas (por ejemplo, como vimos en la revista de septiembre, la importancia de un desayuno nutritivo a la mañana). Esta vez les propongo que ese momento también sea nutritivo en cuanto a lo que a las conversaciones respecta; una idea es proponer metas y desafíos para generar entusiasmo e interés por ir a la escuela: no llevarme materias, levantarme de buen humor, respetar a mis compañeros, atenernos al código de convivencia de la escuela… Esas son las metas más comunes, que se pueden plantear de forma mensual e ir evaluándolas progresivamente.
Por otro lado, sugiero que los padres eviten hablar de la escuela con un discurso pesimista: ´¡Uy! ¡Se acabaron las vacaciones!´, ´¡Qué fiaca volver a clases!´, ´¡Uy! ¡La maestra pide cada cosa!´.
En resumen, hay que ir encontrando las formas y los momentos paso a paso, como un niño que comienza a caminar.