Reflexión de Juan José Mayer, publicada en la revista Bienaventurados del mes de marzo de 2019.


Las nuevas generaciones entendieron que cuidar la relación con uno mismo, con otras personas y con el entorno es algo fundamental para mantener un equilibrio y un orden en este mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo.
Hoy, en el mundo marketinero y en el debate por las costumbres de las generaciones, está de moda hablar de los millenials y los centennials (estos últimos, nacidos después del año 2000 y que, claro, ya tienen casi veinte años). Y es en este contexto en el que nos vemos inmersos en el mundo de las redes sociales, que se roban al menos dos horas de nuestro día y pasan desapercibidas.
Es inevitable, entonces, pensar en una problemática o en cualquier asunto humano por fuera de las redes sociales, o más bien de lo digital, su lenguaje y sus medios. Con esto, se presenta una nueva manera de conocer a las personas. Así como antes se hacían preguntas sobre la vida personalmente, hoy “stalkeamos” o investigamos su perfil en redes, y podemos conocer sus gustos de comida y de música; su educación y lugar de residencia; dónde pasó sus vacaciones, sus intereses y hasta el nombre de sus mascotas.
Ante esta realidad, surgen muchos cuestionamientos, no muy diferentes a los que también nuestros padres o abuelos podrían haberse hecho años atrás. Entre estos, hay tres que se merecen un momento para pensar qué hacemos con ellos.
El primero que suele venir a la mente es: “Y vos, ¿quién sos?”. La autorespuesta la construimos con la mirada de un juez de show televisivo, en la que nos permitimos tan sólo unos segundos para decidir si esa persona es interesante, si se merece que conozcamos su historia, si “es como uno”, si pertenece a nuestro mundo; si tiene lindas fotos, a qué lugares sale a comer y bailar, cuáles son sus habilidades; a quiénes sigue y cuántos seguidores tiene. Es bueno preguntarse por los demás, buscando una primera impresión. El problema es que, si tomamos conciencia y nos detenemos a observar desde un plano más amplio, hoy en día la interacción es incompleta, se da en redes o medios digitales y con bits; y lo único que derriba los prejuicios o contesta de mejor manera esta primera pregunta es el encuentro cara a cara.
En segundo lugar, si nos observáramos a nosotros mismos viendo una pantalla como un espejo, surgiría la siguiente pregunta: ¿Y yo quién soy? Es la famosa pregunta que nos hacemos todos los días, la que a veces tratamos de evitar. Pero, sin indagar tan profundo, los invito a preguntarse: ¿cuál es mi construcción en redes?, ¿muestro lo más real de mi persona?, ¿me muestro similar a quien soy si me conocieras cara a cara?
Por último, lo más importante: ¿qué sucede con los marginados digitales? Aquellos a quienes “no sigue nadie”, o los que no tienen acceso a estos medios, o bien quienes eligen no estar. Aquí es donde nos advierto: si nos conmovemos al ver en un diario digital una noticia terrible; si nos emociona en las redes la búsqueda de una persona perdida; si nos alegramos por la recibida de un amigo; si estamos felices por un nacimiento y enviamos saludos por cumpleaños… ¡no olvidemos que estamos frente a una pantalla! No perdamos lo humano, y no nos olvidemos del encuentro cara a cara con los más necesitados.