Reflexión de Juan José Mayer, publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2019.
Preguntarnos por qué existimos, cuál es nuestro sentido en el mundo, es inevitable. El cuestionamiento de la trascendencia de las personas tiene siglos y siglos, y aún nos queda un largo camino con nuevos paradigmas con los que convivir, sobre todo con los avances exponenciales de la ciencia y la tecnología.
Siempre es un buen momento para reflexionar sobre la vida, preguntarse y debatir sobre este misterio; encontrarse con diferentes culturas, pensamientos o ideas. En especial en momentos cercanos a la Pascua, cuando la vida renace; y también, por supuesto, en esta oportunidad de construir una sociedad que de a poco se permite debatir sobre religión, derechos, ética y ciencia.
A medida que crecemos y vamos construyendo nuestra vida, nuestra historia, la mirada sobre el paso a la muerte también se transforma. Cierto es que, cuando poseemos algo, muchas veces tenemos miedo a perderlo (ya sea que se trate de talentos, amigos, salud, trabajo, bienes, o la vida misma).
Recuerdo que, cuando yo era chico, falleció una tía abuela mía. Yo veía tristeza y llantos en los que me rodeaban, y no lo entendía. “¿Cómo es posible que alguien esté triste, si no conocemos si sucede algo, ni qué pasará con ella?”, pensaba. Hoy, con algunos pocos años más, a pesar de extrañar a quienes parten, entiendo que el dolor es parte de este proceso porque perdemos lo que acostumbrábamos tener.
Una canción de Natalia Lafourcade, cantante mexicana, dice “Me quitaron la vida, me la arrebataron, triste aquel día, el sol se apagó”. Esta imagen automáticamente me remitió a Jesús en la Cruz. Y continúa en otra estrofa: “En cualquier instante, cuando menos lo esperes, tan vil y salvaje, todo llega a su fin”. Más allá del fin de un ciclo, de un paso a otra vida, de la vida en el recuerdo de los demás, y de la preocupación por buscar una respuesta, los cristianos pregonamos en nuestro credo que creemos en la promesa de la vida eterna, en una trascendencia espiritual que luego, al igual que Jesús, renacerá y permanecerá.
Con esto, nuestra naturaleza nos invita a vivir un camino de búsqueda de felicidad, dejando a la muerte en un segundo plano. Así, y por esto, como continúa la canción, “dinero no importa, ni clases sociales, solo honrar el momento y la felicidad… porque la vida vale, hay que vivir”. Los invito y me invito a tomar el valor de la vida no por miedo a perderla, sino por procurar que nosotros y nuestro prójimo podamos andar el camino de la felicidad.