Carta de nuestro párroco, p. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2019.
«Un santo trabajador, solidario con los pobres sin techo ni comida».
Este mes celebramos a nuestro patrono San Isidro. Un santo trabajador, solidario con los pobres sin techo ni comida. En los tiempos que vivimos, quería compartir con ustedes el testimonio real de un hombre que actualmente trabaja, pero que sufrió la desocupación. Leamos sus palabras:
“Te quedás sin laburo y es como una piña en la frente. Se te vienen mil cosas a la cabeza y se te instalan ahí para no soltarte. Desde el momento en que te rajan, pensás en cómo vas a hacer para pagar las cuentas; intentás recordar dónde andaban buscando gente; le avisás a todos tus conocidos que buscás lo que sea, donde sea. Publicás en Facebook. Después de unos días, salís a tirar currículums; fotocopia por fotocopia, tirás en las consultoras y negocios en donde pensás que pueden tomarte. “Cualquier cosita, te llamamos”, escuchás. Después de gastar en fotocopias, colectivos, trenes y pedaleadas, se te cae la moral a pedazos. Sentís que es tirar plata inútilmente. Mirás el diario todos los días, mirás los grupos de internet. Mirás el celu a cada rato, controlando que ande bien.
Nadie llama. Se acabó el frasco de café y se vació el freezer. Gustitos que no vas a volver a comprar hasta que no tengas laburo asegurado. Después de un par de semanas, empezás a mirar con atención a tu alrededor a ver qué podés vender. No hay nada de valor. Pensás en vender la ropa que no usás: no vale nada, pero en alguna feria capaz te dan unos pesos para pagar el fiado o comprar algo de mercadería. Todo el día es pensar y pensar de dónde vas a sacar guita. Mirás a tu alrededor: todo el barrio está vendiendo empanadas, sorrentinos y pizzas caseras. Todos están en la misma.
Nadie llama. Hace rato no hay azúcar, sale mate amargo como siempre; y los chicos toman el té con unos sobrecitos de edulcorante que estaban en la alacena hace mil años.
Al mes, empezás a dejar de lado todo tipo de orgullo. Empezás a mirar la basura de los barrios chetos: alguna mochila rescatable, un par de zapatos, lo que sea… Nada sirve, pero igual estás atento. Pensás en ir a la municipalidad pero no “parecés” tan pobre, aunque lo seas. Desarmás una tele vieja para vender el cobre, abollás una olla que tenías en el patio para venderla por aluminio. Te enterás de un trueque y salís, con lo poco que te queda, a buscar aceite, arroz y yerba.
Nadie llama. Hoy abriste el último paquete de fideos. Después de dos meses sin laburo, ya dejaste todo lo que se puede dejar. Usás el champú más barato y lo estirás con agua. Dejaste de cenar y te tomás un té caliente con pan, total ya te vas a la cama. Dejaste el queso rallado, el tuco, la carne y los lácteos. Dejaste de andar en bondi porque está carísimo, sólo te manejás por el barrio. Dejaste de buscar trabajo porque es una pérdida de tiempo: no hay nada. Dejaste de ser un laburante para ser uno más de los casi 13 millones de argentinos que, por más que se rompan el lomo, se vuelven cada día un poco más pobres.
Mirás a tu alrededor. Llegó el aviso de corte de luz. No queda nada para vender. No queda nada para comer.
Nadie llama”.
Que nuestra devoción al Santo nos haga solidarios con los necesitados, como lo fue Isidro.
Un abrazo.
Padre Carlos.