Reflexión de Mercedes Ruiz Luque publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2019.
El 31 de mayo conmemoramos la visitación de la Virgen María a su prima Isabel. A partir de este episodio —que se relata en Lucas 1, 39-56—, me quedé pensando en algunas ideas.
María acababa de enterarse de que sería la madre de Dios y de que Isabel también esperaba un niño a pesar de su edad avanzada. E, inmediatamente, emprendió el camino para ir a ayudarla y acompañarla durante su embarazo. Se puso a su servicio, se olvidó de sí misma y se enfocó en acompañar a otra persona, incluso en un momento en el que ella también hubiera podido necesitar ayuda.
A raíz de esto, además, veo lo importante que es el hecho de salir a compartir las cosas buenas que nos pasan. Por lo general, no podemos callar lo que alegra nuestro corazón. Son cosas que nos desbordan, que nos sobrepasan y que, naturalmente, nos sale compartirlas. ¿Cómo no vamos a comunicarlas? ¿Cómo vamos a guardarnos estas alegrías para nosotros mismos? Se nos hace inevitable ir al encuentro de los otros y hacerlos partícipes de las buenas noticias.
De la misma manera, es fundamental acompañarnos en los momentos difíciles. Recientemente, a raíz de una situación familiar, me tocó vivir esta experiencia de ser acompañada. Nuestros amigos y familiares estuvieron presentes en cada momento: físicamente, en el hospital, pero también estando atentos a cada parte médico, ofreciendo ayuda con la logística, mandándonos mensajes o rezando por nosotros… Sin dudas, fue uno de los momentos más difíciles y agotadores que pasé en mi vida. Pero, ¡no me alcanzan las palabras para expresar lo sostenida que me sentí!
Y, en esto, es igual de importante dejarse acompañar: aceptar que necesitamos de la presencia de los demás en nuestra vida y saber recibir la ayuda que nos ofrecen. Esto no siempre es fácil, porque requiere un acto de humildad, de aceptación de que no podemos con todo y de confianza plena en otras personas.
Que, como María, tengamos un corazón abierto y dispuesto a ir al encuentro de los demás. Que sepamos acompañarnos siempre, en los buenos momentos y en los malos. Y que podamos compartir esta vida que Dios nos regala para que todos podamos disfrutar.
“Vamos, decime, contame
todo lo que a vos te está pasando ahora,
porque si no, cuando está tu alma sola, llora.
Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera,
nadie quiere que adentro algo se muera.
Hablar mirándose a los ojos,
sacar lo que se puede afuera,
para que adentro nazcan cosas nuevas”.