Reflexión de Felipe Dondo publicada en la revista Bienaventurados del mes de junio de 2019.


Nunca antes había entrado a una cárcel. Muchísimas veces había pasado prácticamente por la puerta de una, porque el Penal de San Martín está justo al lado del Camino del Buen Ayre, ni bien pasás el peaje, ahí en donde uno empieza a sentir el olor del CEAMSE. Pero la verdad es que nunca lo había ni siquiera registrado. Son lugares que, a veces, uno no recuerda que existen.
Se acaban de cumplir 10 años desde que la Fundación Espartanos empezó a llevar el rugby a la Unidad Nro. 48 del Complejo Penitenciario San Martín. Su tarea es tan conocida que no hace falta que la cuente acá.
Hace unas semanas vi por primera vez esa cárcel que tenemos tan cerca. Crucé los varios portones y entré, con muchos visitantes más, al Pabellón 8. Detrás de la pesada puerta había un patio repleto de murales y un montón de gente sentada formando una ronda grande. Voluntarios y presos, todos mezclados compartiendo el solcito de esa mañana de abril.
El Rosario es una actividad que se repite cada viernes del año entre los Espartanos, desde las 10 de la mañana hasta el mediodía. En el medio del patio ponen un altarcito con flores y la imagen de la Virgen del Rugby. Los mismos presos dirigen la oración, con un fervor y un respeto ejemplares. Entre misterio y misterio, los que quieren comparten sus intenciones, agradecimientos, reflexiones o canciones. Cada vez que alguien habla, no vuela una mosca. Como cuando habló Diego, por ejemplo, que nos emocionó a todos celebrando el poder del amor, que es mucho más fuerte que el poder de la fuerza. O cuando habló “Chile”, que salió hace unos meses y fue de visita a contar que no es nada fácil seguir adelante y no volver a repetir el pasado, pero que se mantiene firme porque Espartanos le dio un Norte: “Espartanos rompió el sistema”, declaró. Si existe un wifi que conecta con el Cielo, ahí la conexión era excelente.
Se me acaba la página, así que les dejo solo un par de las miles de cosas que me quedaron rebotando por la cabeza:
Gratitud. Durante esas tres horas, una de las palabras que más veces escuché fue “gracias”. A Dios, a los compañeros, a los entrenadores y a los voluntarios. Les agradecen porque apuestan por ellos cuando ya nadie más lo hace (ni siquiera ellos mismos).
Fraternidad. Una de las ideas que más se repitió fue la de que “somos todos iguales, los de adentro y los de afuera”. ¡Cuántos prejuicios hay que tirar abajo para asumir esas palabras en serio!
Trabajo pendiente. Aunque el aporte de Fundación Espartanos es gigante, la situación de las cárceles y las comisarías en nuestro país sigue siendo desastrosa: sobrepoblación, violencia, etc. Hay muchísimo por hacer.
Paciencia. Hay mucha ilusión por cambiar la realidad, pero en los voluntarios se ve mucho realismo y mucha paciencia. Ablandar un corazón es un trabajo de hormiga.
El mejor equipo. Trabajos de hormiga como estos solo se pueden llevar a cabo si contamos con los mejores jugadores: Dios y la Virgen. Tanto los presos como los voluntarios lo recordaron mil veces durante ese Rosario.
Esperanza. La sociedad suele decirnos mil veces “esto no se puede”, “ese no cambia más”, “estos son los buenos y estos son los malos”. Es la postura más cómoda y más práctica. Lo más fácil, para estar tranquilos, es aislar, despegarse y no ver. “Soltemos a aquellos, porque ya están perdidos y no tiene sentido gastar energías en recuperarlos”… Rompamos ese sistema escéptico. Rompámoslo con la esperanza, que es incómoda pero mucho más cierta.

Si querés conocer más, colaborar o sumarte, ingresá a la página de Fundación Espartanos https://www.fundacionespartanos.org