Reflexión de nuestro párroco emérito, p. Pedro Oeyen, publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2019.
Durante mucho tiempo, los historiadores locales y los vecinos estuvieron convencidos de que la imagen de San Isidro Labrador que recorre en procesión las calles de nuestra ciudad cada 15 de mayo era la que Domingo de Acassuso había donado al crear la capellanía.
Esta afirmación se apoyaba en el acta de fundación de 1706, que decía: “Yo tengo especial devoción con el señor San Isidro Labrador, por lo cual y el deseo que me asiste de celebrar su fiesta, he resuelto erigir una capilla en el Pago de Monte Grande.”
Compró una fracción de terreno y edificó una modesta capilla con techo de tejas y paredes de ladrillo, que fue inaugurada en 1708. La crónica del acto no detalla si en ella había una imagen. Pero es obvio que debía estar, pues no tendría sentido construirla si allí no se pudiera honrar al santo.
Pocos años después, fue necesario construir un templo más grande. En la solemne inauguración en 1720, se menciona explícitamente “al Santo en andas entrando por la puerta principal”. El relato agrega que “Acassuso pagó de su propio peculio todos los gastos de la ceremonia, que se realizó con todo lucimiento y con la magnificencia que en tales casos acostumbra.”
Por eso, es indudable que había donado una imagen, pero ¿es la misma que subsiste hasta el día de hoy? A pesar de la creencia común, existían dudas. Los expertos en arte sacro a quienes se les consultó coincidieron en afirmar que la actual a lo sumo podía haber sido hecha en la segunda mitad del siglo XVIII, nunca antes. Pero no había elementos que confirmaran esto.
Antigua documentación, encontrada por el incansable investigador Bernardo Lozier Almazán en el Archivo General de Indias de Sevilla y en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires, vino a resolver las dudas. Reveló que la imagen actual había sido donada y “traída de Madrid” por Miguel José de Riglos, párroco de esta iglesia entre 1747 y 1754 y luego Arcediano de la Catedral de Buenos Aires.
En posteriores investigaciones que realicé en los archivos eclesiásticos, encontré algunos inventarios de esta iglesia entre 1765 y 1827, que confirmaban lo encontrado por Lozier, agregando que Riglos la había donado en el año 1760.
Pero, además, en el primer inventario que señalaba su presencia se añadía que “está también la imagen antigua del glorioso San Isidro, vieja y apolillada”. Luego se describía su vestuario, que incluía tres capas de raso, unos botines, un vestido entero de brocato musgo y dos sombreros de terciopelo negro. Es decir que era una especie de maniquí articulado con cabeza, manos y pies, al que se vestía.
En los inventarios posteriores desaparecieron algunos de esos elementos y finalmente en el último inventario ya no figuraban ni la imagen vieja, ni ninguna parte de su vestimenta. O sea que la nueva había reemplazado absolutamente a la anterior, pues consideraron que no valía la pena conservar esos restos deteriorados ya que la nueva era mejor.1
De este modo se resolvió el misterio y ahora estamos seguros de que la actual imagen procesional no es la de Acassuso, sino que fue donada por Miguel José de Riglos en 1760.
1- Toda la documentación relacionada con este tema fue publicada en la Revista del Instituto Histórico Municipal, año 2011, tomo XXV, págs. 81-102.