Reflexión de Juan José Mayer publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2019.


¿Estamos corriendo? Estas semanas conversaba con compañeros de trabajo acerca de nuestras profesiones, objetivos, cómo nos veíamos de acá a 5 años… y resultó difícil encontrar respuestas claras. Predominaron los “ni idea”. Hablamos de los que viajan a Estados Unidos, Europa o Australia a buscar una mejor calidad de vida; hablamos de cuál es el sentido de esforzarse tanto acá.
Durante el almuerzo, surgió el tema del vacío existencial, que tanto aterra y preocupa; y si, con una pareja, amigos, viajes, un auto, una casa, podríamos llenar ese para qué. Los jóvenes tenemos tantas opciones como limitaciones. ¿Hacia dónde vamos cuando caminamos?, ¿qué buscamos si en otro lado podemos vivir mejor? Aspirar a construir algo a largo plazo es cada vez más difícil, ya sea por el contexto, la inmediatez o la rutina en que vivimos.

Ser y tener
Una amiga que pasó por momentos muy difíciles me recomendó hacer un ejercicio: preguntarme ¿QUÉ TENGO Y QUIÉN SOY? Distinguir entre lo que uno es y lo que uno tiene puede ayudar a poner luz sobre diferentes aspectos de la vida.
Detenerse y pensar en qué cosas más profundas de mi personalidad me hacen ser quien soy y qué cosas tengo, que son más circunstanciales, que me afectan de alguna manera y las llevo conmigo.
Para responder estas preguntas es necesario conocerse a uno mismo, conocer la realidad del entorno, y conocer qué puedo aportar a mi prójimo.

1. Conocerse a uno mismo, mediante la introspección: reconocer talentos y limitaciones, gustos y rechazos; cómo integro la emotividad y la sensibilidad con lo racional; qué me entusiasma y qué me disgusta, y siempre equilibrando cuerpo, mente y alma.
2. Conocer el entorno: los condicionamientos y oportunidades actuales, las proyecciones de futuro; lo que me permitirá vivir y desarrollar mis anhelos y capacidades, superar mis limitaciones o realizar proyectos…
3. Pensar en qué puedo aportar a los demás, a la sociedad, a la Iglesia. La dimensión de entrega que me hace trascender los planteos puramente materiales o egoístas. Esto es lo que llamamos “vocación”: para qué me creó Dios, cuál es mi misión en este mundo. Necesariamente, esto debe integrarse con los puntos anteriores para que pueda transformarse en algo realizable y no sea una ilusión irreal que lleve a frustraciones y rechazos.

Con estas pequeñas respuestas que podemos obtener en nuestro día a día, al descubrir las características más propias que nos determinan y lo que llevamos en distintos momentos, podemos tener una idea de quiénes queremos ser en un futuro. Las decisiones que tomemos hoy nos acercarán a ese querer ser; y las cosas con las que nos enfrentemos en el camino pueden ser fuente de aprendizaje para acercarnos a nuestra misión en el mundo.

Los invito a hacer un cuadro con dos columnas: “Quién soy” y “Qué tengo”. Debajo, o en una tercera columna: “Quién quiero ser”.