Reflexión de Catalina Beccar Varela publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2019.


Hace un mes tuve la suerte de participar de las fiestas patronales de la Parroquia de Itatí en Virreyes Oeste. Adentrada en un barrio más humilde de lo que estamos acostumbrados, se levanta la capilla de ladrillos “Mailin”, a la vez refugio y lugar de encuentro para muchos de los vecinos.
Uno de los pedidos de quienes organizaban este calidísimo evento era: “Traigan su plato y sus cubiertos para poder compartir juntos un locro”, entonces, claro está, uno va con la panza muy contenta y esperanzada para poder disfrutar de semejante delicia.
El día anterior, a la gastada cocina de la parroquia se habían acercado varios adultos y muchos abuelos a cocinar el locro que después tantos disfrutarían. Entre todos, colaboraron llevando calabazas, maíz, porotos, mondongo, para, al día siguiente, regalar desinteresadamente la alegría de compartir el almuerzo.
Ver a un grupo de hombres revolviendo divertidos las gigantes ollas de locro sobre el fuego, y descubrir en sus sonrisas el amor que había en ese simple acto no me generaba más que alegría y agradecimiento. Verlos dispuestos a calentar la comida para todos, a poner a disposición la fuerza y el tiempo del trabajo pesado, fue algo muy enriquecedor.
Más tarde, un coro de niños cantaba con una mezcla de timidez y orgullo algunos versos de la conocida canción de Julieta Venegas: “… yo te quiero tal y como estás, no hace falta cambiarte nada… sólo tenerte cerca, siento que vuelvo a empezar”.
Ver el amor y el entusiasmo de los que cocinaban donando parte de su tiempo; sentir la calidez y entusiasmo de los que juntos revolvían sobre el fuego y servían la comida; escuchar a los niños entonando juntos un mensaje que hablaba de quererse y querernos, regalándoles a su barrio ese ratito de música, fueron los escenarios que me permitieron volver con el corazón (y la panza) más que contentos.
A partir de esto, pienso entonces en ¡qué linda comunidad la de Virreyes Oeste!, ¡qué mensaje claro y sabio supo darme! ¡Cuánto tenemos para aprender! En esas horas de compartida, me demostraron el verdadero valor de vivir y reconocernos como comunidad que camina para el mismo lado. Comunidad que se cocina, se sirve y comparte un plato de comida. Comunidad que se canta y se celebra como viva y hermanada.
En función de esto, y sobre todo en este tiempo de elecciones, deberíamos animarnos más a salir, a buscar la comunidad, a saludar al que me pasa por al lado. No esperemos que nuestros gobernadores cambien nuestra realidad si nosotros no empezamos a cambiar la nuestra, involucrándonos con nosotros mismos y sirviéndonos la comida unos a otros.
¡Qué crecido y fuerte estaría nuestro país si imitáramos un poco a nuestros vecinos de Virreyes!, ¡qué lindo saber que, cuando el amor y la entrega están de por medio, la esperanza en un pueblo unido nunca se puede perder!