Reflexión de Ignacio Rico publicada en la revista Bienaventurados del mes de julio de 2019.


Tengo un amigo con quien hace dos años hicimos un pacto. A principios de mes, nos juntamos en una plaza a tomar mates después del trabajo. Hábito de jubilados, encarnado por treintañeros, con la sola consigna de encontrarse. Dichos encuentros nos regalan el dronear nuestra rutina mutuamente, parar la pelota un ratito para simplemente detenernos y tomar perspectiva de la densidad del Ahora. Llamamos a esto “los mates de la plaza”.
Algunos grupos de estudiantes de algunas universidades tienen esta dinámica armada de acompañarse entre duplas a lo largo del año lectivo. Salir a caminar, ir a correr, encontrarse en plazas, o compartir viajes cortos les permite tener un momento para compartir vivencias, aprendizajes, y piedras en el zapato del trajín diario. Esto les permite experimentar que no van solos por el camino. Y, año a año, cambian de duplas.
Volviendo a esta versión criolla de hacer camino con un amigo, los mates en la plaza ya son algo sagrado. En invierno podemos llegar a juntarnos en un bar si hace frío, y lo mismo cada vez que llueve, pero mantener esa frecuencia de forma sistemática le aporta a estos encuentros algo especial, que nos permite ser plenamente nosotros mismos, y nos permite volver a la rutina de forma diferente, con cierta sensación de haber experimentado una alquimia interior. A partir de esta y de otras tantas situaciones, creo en lo que le decía el Zorro al Principito cuando le afirmaba que los humanos necesitamos ritos, encuentros específicos que ordenan el latido vital de las cosas, necesitamos encuentros para no morir víctimas de la rutina y la hiperactividad.
Rastreé en varios campos y disciplinas, y me entusiasmé con lo que implica el hacer camino en la amistad y no hacerle frente solo a los aconteceres de la vida. Desde los proyectos de publicidad que se crean en duplas, hasta el envío de dos en dos de Jesús a los primeros misioneros que llevarían su mensaje. En la literatura, las atrapantes aventuras de Asterix y Obelix o el caballeresco viaje del Quijote con Sancho… los ejemplos son realmente incontables. Frodo no hubiera podido cumplir su misión sin la ayuda de Sam. Y, según cuenta el relato, Nando Parrado no le hubiera hecho señas al arriero que inició el rescate de los sobrevivientes uruguayos de los Andes si Roberto Canessa no lo hubiera divisado a lo lejos (Roberto estaba limitado en su movilidad – http://www.viven.com.uy/571/historia.asp).
La dupla tiene algo de terapéutico en el encontrarse y escucharse. Si tenés un amigo o una amiga con quien te entendés bien, y vale la pena sistematizar la forma de verse sobre todo cuando uno va creciendo y las responsabilidades toman otra consistencia, tomalo como un tesoro que vale la pena mantener. En mi caso, no sé si seguiremos juntándonos mes a mes, año a año, pero sí estoy seguro de que, mientras podamos, es una oportunidad excelente para disfrutar de la amistad y del encuentro.