Reflexión de Esteban Mentruyt publicada en la revista Bienaventurados del mes de agosto de 2019.

¡De no creer! (o de cómo quien busca a Jesús en comunidad lo encuentra)


Para algunos, el apóstol Santo Tomás podría ser el patrono de los que dudan.
Sus amigos lo habían visto a Jesús resucitado y él, escéptico, les dice: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos y si no meto mi dedo en sus llagas y en su costado, no creeré”.
Sabemos que la segunda vez Tomás sí puede ver a Jesús, quien le reprocha su falta de fe:
“¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.
Invito a darle una segunda mirada a la persona de Tomás.
Porque es verdad que no creyó, pero también es cierto que hay dos cosas que lo llevaron a reencontrarse con Jesús.
La primera fue la búsqueda de un Jesús concreto, humano. Búsqueda a la que tarde o temprano Dios atiende.
“No me alcanza con que me la cuenten, con imaginármelo a Jesús”, parece decirnos, “‘necesito verlo, palparlo, sentirlo yo mismo. Necesito saber que no es un cuento, una energía solamente, una esperanza, un conjunto de valores. Yo lo conocí concreto, necesito saber que es ese mismo que pasó por la cruz, el que tiene la marca de los clavos. Necesito esa experiencia profunda con Él, mano a mano, cara a cara”.
En nuestra fe no puede alcanzarnos con que sólo “nos la cuenten”, con que sólo nos hablen de Jesús. Testimonios de fe de distintas personas pueden darnos perspectiva pero, sin un encuentro fuerte y personal con Jesús, a nuestra fe puede estar faltándole cimiento.
Benedicto XVI lo pone en estas palabras: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”.
Me identifico con Tomás. Necesito verlo a Jesús de cerca, quiero mudarme de la idea, del dios teórico e inhumano, y convivir con el Dios persona y real.
Quizás esta búsqueda que tiene Tomás no sólo sea muy válida, sino necesaria.
¡Nuestra fe no es cuento! Jesús no es etéreo.
Mateo 25 (“cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”) es una manera en la que puedo tener esta experiencia personal con Él.
Por otro lado, Tomás descubre a Jesús resucitado porque permanece en comunidad.
Este es un mensaje muy fuerte: la fe no se puede mantener viva sin una comunidad.
Es cierto que no son perfectas, que no están libres de internas o roces, realidad que tendremos que abrazar.
¡¿Cuántas veces dudé y fueron mis codiscípulos de Jesús por quienes permanecí en Él?!
Aprovecho para agradecerles: familia, amigos, coordinados/res, laicos, curas, el grupo de señoras que se juntan a rezar el rosario, el grupo de hombres, los de misión barrial, etc.
No hay Jesús sin comunidad. Me guste o no me guste, sea perfecta o no.
Me sirve esta imagen: somos como carbones que se mantienen encendidos cuando permanecemos juntos. Si separamos un carbón, este se irá apagando lentamente y se encenderá de nuevo cuando vuelva a la pirca, que es donde habita el Fuego.
Sí, quizá Tomás dudaba. Pero no dejó de preguntarse por el Jesús vivo.
Sí, quizá Tomás dudaba. Pero eso no lo alejó de sus compañeros de fe.
Y fue por no abandonar su comunidad, por no alejarse del resto de los amigos de Jesús, que lo encuentra en la siguiente visita.