Carta de nuestro párroco, p. Carlos Avellaneda, publicada en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2019.
«Dios nos fecunda para que revivamos y nos renovemos».
Llegamos a septiembre, uno de mis meses favoritos. En este tiempo, el frío del invierno afloja su rigor dando paso a un clima más templado. Los colores de nuestro entorno empiezan a modificarse. El cielo se torna más celeste, el sol hace resplandecer más el día, y los verdes de nuestro San Isidro nos dicen que la vida vuelve a renacer.
Los ciclos de la naturaleza se reiteran silenciosos y solidarios, con una fidelidad que los seres humanos necesitamos. Es verdad que, cada tanto, irrumpe alguna sorpresa indeseada, como las sequías, inundaciones o heladas; pero, en general, hay que agradecer que la naturaleza nos cobije. El sol es nuestro hermano; la luna, nuestra hermana y la tierra, nuestra madre.
El cosmos fue pensado y creado para el hombre, que es el centro del universo y su expresión más elevada. Nuestra superioridad respecto del mundo se debe a nuestra espiritualidad. Sólo el hombre es capaz de amar consciente y libremente. No obstante, la entera creación nos ama a su manera. Ella es pródiga con nosotros y las leyes de la naturaleza regulan su generosa entrega. Si el invierno la muestra más íntima y reservada, la primavera la despliega extrovertida y comunicativa.
La dinámica de las estaciones del año, donde la intimidad del otoño y el invierno dan paso a la extroversión de la primavera y el verano, se repite cada día. Al anochecer, la vida se repliega en la oscuridad y el silencio, y cuando amanece vuelve a manifestar su belleza diciéndonos “aquí estoy”.
Todo lo que la creación nos ofrece en primavera estuvo preparándose en secreto durante el invierno. Todo lo que descansó por la noche se despliega activo durante el día. Hay en esta dinámica un mensaje para nosotros, los hombres. Sin intimidad, nos falta fecundidad; y sin vida interior, no hay auténtica comunicación.
Todo lo que podamos ofrecer a los demás puede ser expresión de nosotros mismos y de nuestra riqueza personal. Pero para eso necesitamos momentos de recogimiento que nos hagan tomar contacto con nuestro valor y belleza. De ese modo, el despliegue de nuestras acciones expresará autenticidad, no apariencia; profundidad, no superficialidad; paz, no pasividad.
En la próxima primavera la naturaleza tendrá mucho que ofrecernos. Dios fecunda su creación incesantemente. Es tiempo de fertilidad y renovación. Qué lindo sería que todos nosotros seamos conscientes de que Dios también nos fecunda a cada uno para que revivamos y nos renovemos.
Por su fecundidad natural, cada ser vivo da más de sí mismo en primavera, pero sólo puede dar lo propio de sí. Un manzano florecerá para llegar a producir sólo manzanas. Y lo mismo con cada especie frutal. El ganado, las aves, los peces y las mascotas, todos podrán regalarnos su originalidad en uno o muchos nuevos ejemplares.
Todo esto nos dice que cada uno de nosotros tiene en sí mismo una gran riqueza que el calor del amor de Dios en nuestro corazón puede volver a despertar. Es una riqueza propia y exclusiva de cada uno. Es nuestra vida con un sabor y una belleza originales.
Les deseo que en este tiempo sean fecundados por el Señor y así puedan dar a los demás los frutos más sabrosos de sí mismos.
Un abrazo.
Padre Carlos.