Testimonios de algunos jóvenes misioneros del grupo San Francisco, publicadados en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2019.

San Francisco, el grupo misionero de invierno, vivió el mes pasado su primera misión en el barrio Belén en Reconquista, Santa Fe. Caminos de tierra, casas de chapa, niños descalzos y con hambre, adultos sin pan esperando que todo, alguna vez, cambie.
En esta nueva edición de la revista cuatro integrantes del grupo nos cuentan cómo se vivió esta nueva experiencia.


¿Qué les parece si no tengo zapatos y camino en el barro? ¿Qué creen si tengo frío, pero nada de abrigo? ¿Y qué hay del hambre si no tengo nada que me sacie? ¿Alguien que me pueda hablar de la soledad si nadie me quiere escuchar?
Me duelen los pies… Siento mucho frío… El hambre no me deja pensar… Hablar me haría muy bien…
Cuántas preguntas que quedarían solamente en preguntas, y cuántas respuestas que faltarían. Me hace ruido, me molesta, me incomoda, me sacude lo poco que pensamos en su humanidad. Vemos y cuesta creerlo. Pensamos, pero nuestra razón se queda corta. Naturalizar es acortar la posibilidad que tenemos todos de utilizar nuestra propia libertad. No supongamos, no demos por hecho, sólo pido que no ignoremos. Su humanidad es digna de mucho respeto. Belén, un barrio con el corazón dispuesto a amar sin condiciones. Descubrirlo fue un verdadero regalo. ¡Hasta la próxima!
Francisca Mezzini, 21 años

¿Cuál fue el objetivo/lema de este año en la misión? ¿Se cumplió?
El lema fue “Los últimos serán los primeros” (Mt. 19, 23-30). Buscábamos que la gente del barrio se diera cuenta de que ellos son los primeros, que al estar últimos geográficamente, con una situación económica muy baja, ellos son los primeros en el plan de Dios, y que, sin importar quién vivió la fe antes, a la larga todos somos iguales. Todos somos hijos de Dios, que vivimos hoy y ahora.
En cuanto al objetivo, lo que queríamos era hacernos notar, que la gente descubra quiénes somos. Fuimos realmente a des-cubrirlos, a sacarles esos prejuicios que cuestan tanto al momento de conocer a alguien, y a ser 100 % nosotros, a ser transparentes conociéndonos en charlas interminables que nos enseñan que nadie es superior a nadie y que todos somos humanos, que sienten y buscan.
Creo que pudimos cumplir el lema y el objetivo ya que no importaba ni la hora, ni el clima. Ellos estaban ahí, detrás de una puerta, con un mate hecho y un puñado de historias para contarnos. A ellos les tocó vivir otra realidad, pero la sonrisa con la que te reciben no tiene precio porque, aunque los ojos de muchos ellos los hagan parecer los últimos, ellos saben que son los primeros en el corazón de Jesús.
Julio Guyot, 18 años

¿Cómo los recibió la gente? ¿Se abrieron a compartir con ustedes?
Al principio la gente se sintió un poco rara, con toda esta experiencia nueva de jóvenes de Buenos Aires que viajaron hasta allá y, sólo para charlar con ellos. Tras un par de días, ese escepticismo empezó a pasar y se abrieron más. Cada uno desde su lugar se sintió cómodo, y nos contó lo que le salía del corazón.
En lo personal, tuve desde charlas sobre aquello que más le costaba a una de las familias en estos tiempos, hasta chistes y charlas con un grupo de jóvenes.
Lo que sí impresionó fue la calidez de la gente y lo respetuosos que son, siempre ofreciendo torta fritas y mate.
En cuanto a las actividades que organizamos, la verdad es que fueron un éxito. Al principio éramos pocos, pero para el final de la misión reunimos a más de 9 adultos y 14 jóvenes. En las actividades de niños logramos atraer a 70, cosa que nadie se esperaba bajo ninguna circunstancia.
Felicitas Tobías Panizza, 20 años

¿Qué cosas se llevan en el corazón después de la experiencia de misionar? ¿El corazón se transforma?
El corazón del misionero vuelve transformado, cambiado y renovado. Vuelve lleno de sentimientos. Lleno de felicidad, amor, cariño y esperanza; pero no todo es color de rosas. La realidad que vimos en Belén nos sorprendió a todos, y a todos nos generó un poco de angustia y tristeza. De todos modos, creo que es importante aceptar estos sentimientos para motivarnos y poder brindar todo el amor y cariño que tengamos a nuestro alcance, y ofrecerlo siempre. Después de esta misión aprendí que, no importa cuánto lo queramos, no podemos cambiar esas realidades tan duras de un día para el otro; y que misionando estamos cambiando sus vidas un poquito, al menos por una semana y, aunque parezca poco, con eso alcanza.
Anita Lynch, 19 años