Reflexión publicada en la revista Bienaventurados del mes de septiembre de 2019.


Las historias de viajes suelen fascinar a las personas, sobre todo cuando detrás hay amores, búsquedas y reencuentros familiares, o aventuras con amigos. Pero hay algunos viajes que, aunque sus historias sean atrapantes, son recuerdos de dolor, de conflicto, de divisiones de familias y de abandono. En muchas de ellas, los protagonistas escaparon de guerras y epidemias, de persecuciones o genocidios. Así, entre 1870 y 1930, más de 6 millones de europeos llegaron a nuestro país; y por ende es muy probable que algún familiar tuyo tenga ascendencia española o italiana.
En el grupo de Whatsapp de mis primos, nos pusimos a averiguar sobre nuestros ancestros: ¿quiénes eran?, ¿de dónde venían?, ¿a qué se dedicaban? Empezamos a armar un árbol genealógico, y recolectar documentos, libros y fotos.
En agosto recibimos un llamado al teléfono de la casa que solía ser de mis abuelos. Resultó ser un pariente lejano, con el mismo apellido, que averiguaba por mi abuelo Carlos. La cuestión es que nos contactamos por Whatsapp y nos compartió un árbol genealógico enorme que había armado. ¡Él estaba haciendo lo mismo que nosotros!
¿Por qué? “No quiero criar a mi hijo en este país, no quiero que crezca en este contexto”, me dijo en una nota de voz. Él encajó el árbol que armamos con mis primos en el suyo y ahora, uniendo las piezas, cada vez se hace más grande.
No son tantos los mitos y leyendas que recibí de mi familia, pero la curiosidad me está ganando. Aunque algunos tienen el objetivo de probar que tenemos origen austrohúngaro para poder obtener la ciudadanía europea, a mí me interesa, más que los trámites, conocer la historia de los ascendentes. Por ejemplo, un tío tatarabuelo nuestro fundó un municipio en La Pampa y, aunque sabíamos que existía, nunca supimos de dónde había salido. Ahora tenemos fotos de él y de su hermano.
Varios familiares se fueron yendo a vivir a otros países en búsqueda de una mejor calidad de vida, mejores opciones de trabajo y de crecimiento. Como nómadas, las células familiares deben construir su hogar en medio de otras costumbres, otro idioma o religión. Dejar la casa es dejar atrás lo construido, la familia, las amistades, el trabajo, y lanzarse en búsqueda de una vida nueva con la esperanza de reconstruir.
Hoy la problemática de la migración en Europa y Estados Unidos se cobra vidas, porque unos piensan que son más personas que otros, porque unos pocos deciden quién puede entrar y quién no. Mirar en retrospectiva hacia principios del siglo pasado e imaginar la cantidad de barcos llenos de personas en búsqueda de supervivencia y de un futuro me hace pensar en aquellos que hoy se encuentran en la misma situación, y que lamentablemente no son recibidos. ¿Cuántos son los casos, las historias? ¿Cuánto dolor hay detrás? ¿Cuántos inocentes seguirán perdiendo la vida? Así como Dios le pide a Moisés que guíe a un pueblo para su liberación, ¿qué nos pide Dios para acompañar a quienes tienen que dejar su hogar atrás?