Reflexión de Ignacio Rico publicada en la revista Bienaventurados del mes de abril de 2020.
22 de abril: Día de la Tierra
Este 22 de abril el calendario nos regala el volver a mirar al planeta que habitamos. Y en estos tiempos en los que se pone en juego la relación que tiene el hombre con la naturaleza, confrontándonos a elegir cómo responderemos al fenómeno del cambio climático, la Iglesia nos acerca la conversión ecológica. Juan Pablo II ya planteaba esto como un problema moral: volver a una fe ecológica, que nos haga transformar nuestra mente consumista y superficial (¡algo dificilísimo!) para armonizar dicho vínculo con la naturaleza.
En estos momentos en que la fe se mete de lleno en nuestro modo de consumir, de reciclar, de cuidar lo creado y admirarse y agradecer al ecosistema que nos da tanta vida, retomo las palabras del papa Francisco en la encíclica Laudato Si’: “escuchar tanto el clamor de los pobres, como el clamor de la tierra”. Hoy el clamor de la tierra está en cosas tan macro como las islas de plástico que flotan en los océanos, de las cuales se alimentan los peces que comemos; como en cosas tan micro como comprar un tacho de basura extra para separar plásticos y reciclables secos del resto de basura que se descompone. O tantísimas micro acciones que hijos y nietos ven con suma naturalidad, como el hacer compost o no pedir bolsas ni desperdiciar recursos.
Durante los últimos años surgió un movimiento global que se llama Movimiento Católico Mundial por el Clima (https://catholicclimatemovement.global/). Creado por un argentino, la misión de este movimiento es trabajar por un mayor cuidado de la casa común. Laudato Si’ es el documento fundacional de su filosofía. Están presentes en todo el mundo ya, y tienen una red de animadores Laudato Si’, cuyo curso breve se puede hacer online y es gratuito (lo mismo sucede con su newsletter).
¿Cómo trabajan? Trabajan en tres dimensiones: espiritual, estilo de vida y pública. Cada una es fruto de la otra, ya que todo arranca en el despertar espiritual de tomar conciencia de la belleza de la creación, y del inmenso don que representa para el despliegue de la vida y de la responsabilidad que conlleva su cuidado. La segunda dimensión es la de la vida cotidiana, un espacio de influencia y transformación gigantesco, que está hecho de hábitos y muchas veces de cierta incomodidad por moverse en un entorno y contexto social que aún no está diseñado para ser ecológico. Y ahí viene la tercera dimensión: la de la gran vocación pública por incidir más allá de la comunidad, desde el ejercicio de la función pública hasta la generación de contenido en redes sociales o el activismo imperfecto (como lo describe la página de Instagram de @sustennials). En este 2020, la mayor referente en este aspecto es Greta Thunberg, quien le puso voz a todo el activismo ambiental que no lograba aglutinarse y hoy lidera un movimiento mundial que interpela a todos quienes la leemos.
La tierra es resiliente. Pero requiere de un cambio de mirada que nos haga desafiar el modo en el que siempre se hicieron las cosas, para renovar nuestro vínculo con la naturaleza y honrar los lindísimos dones que la tierra nos regala.