Reflexión de Ricardo Aranovich publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2020.
Asumamos que la gran mayoría de los que se casan lo hacen enamorados.
¿Qué es el enamoramiento? Es un estado muy especial que hace que dos personas, hasta ese momento desconocidas, que no sabían que en el mundo existía el otro, se conviertan recíprocamente en las personas más importantes en la vida de cada uno; más que los padres que les dieron la vida, los cuidaron y educaron; los hermanos, familiares, amigos, etc. Por ejemplo, si por la razón que fuera (trabajo u otra), ambos tienen que alejarse de esos vínculos anteriores, lo harán con mayor o menor tristeza, pero lo harán.
Se comprende que, si no nos tuviera acostumbrados por ser algo habitual, el fenómeno debería llamar la atención. Pero sucede que, sin este fenómeno, ni ustedes ni yo estaríamos acá. Recordemos que esto ya estaba programado en el Génesis: “Dejarán a su padre y a su madre y formarán una sola carne”.
En consecuencia, el enamoramiento es un estado que, entre otras características, implica una alteración del juicio y una sobrevaloración de la otra persona. Con menos, no pasa lo que tiene que pasar. Al mismo tiempo, la sola presencia del otro produce un estado de plenitud y bienestar sin que haya que hacer nada para ello. Repito: con menos, no pasa lo que tiene que pasar.
Esta etapa, cuyo objeto es lograr esa singularísima importancia que cada cual adquiere en la vida del otro, al punto que, a veces, llegan a sentirse “como si se conocieran desde siempre”, no dura por siempre. Una vez cumplida, debe dar lugar a la siguiente: del enamoramiento se pasa al amor.
De la sobrevaloración del otro se pasa a verlo como de verdad es, con todas las imperfecciones humanas que todos tenemos. Además, la sola presencia ya no produce ese estado de plenitud y bienestar. Se dice “se acabó el amor”, y es el lamentable momento de rupturas de relaciones muy valiosas que traen nostalgia y arrepentimiento al ser recordadas.
Esta nueva etapa se rige por otras leyes, y pretender que “siga pasando lo mismo” es la causa del crítico estado que la cuestión matrimonial tiene en la actualidad. Algunas cosas no dejan de pasar, hay momentos que son muy gratos; pero la pretensión de que se mantenga ese estado todo el tiempo es la fuente de la nociva frustración acumulada.
Sería bueno entender que esta nueva etapa es mucho más importante y gratificante que la anterior. Es pasar del enamoramiento al Amor. En vez de esperar el
bienestar que el otro producía por presencia, es el momento de preocuparse por darle bienestar al otro. Cuando lo hacen los dos, la felicidad asoma en el horizonte. No pretender ni reclamar sino dar y ofrecer, cuidar y acompañar, comprender y consolar.
Así se logra el verdadero fin del matrimonio: la intimidad. Ese vínculo entre dos personas que se eligieron para compartir sus vidas y que es diferente de cualquier otro, que constituye un “adentro”, una burbuja, un espacio exclusivo de paz y compañía. Verdadero refugio ante las dificultades y ataques del “afuera”.
Pero esto merece, por lo menos, un artículo entero. El próximo, si Dios quiere.