Reflexión de Juan José Mayer publicada en la revista Bienaventurados del mes de mayo de 2020.
“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. (Juan 1,1)
¡Cuánto ruido! ¡Aguantá! Estas semanas los departamentos de marketing y comunicación de todas las empresas buscaron, de forma creativa, adaptar sus mensajes apoyando las directivas de los gobiernos para que todos nos quedemos en nuestras casas, y que, si tenemos que estar en la calle, mantengamos la distancia. ¡Ok! ¡Gracias por su aporte!
Ahora bien, así como cuando en una clase o reunión todos hablamos a la vez, y finalmente no se entiende nada de lo que el docente explica; o cuando leemos noticias y sus posteriores desmentidas en Twitter, y nos quedamos con la duda de cuál es la verdad, un gran volumen de información y desinformación satura nuestros sentidos.
“¡Basta para mí, basta para todos!” gritamos al jugar con amigos a través de videollamada en un Tutti frutti virtual. Y hoy, después de dar vueltas y vueltas sobre qué puedo decir este mes, concluí en que lo importante estaba en el silencio. En alejarme de las redes y chats para poder sentarme a escribir.
Antes de continuar, te propongo poner esta música de fondo: Ascent – Einaudi
Respirá y descansá unos minutos. ¿Escuchas la música? Percibí el tiempo que hay en medio de cada teclear del piano.
¿Cómo buscamos a Dios estos días? Tal vez no es necesario correr tras una misa en vivo por Instagram o agendarse mil charlas en el calendario, sino simplemente tomarse un tiempo de silencio.
“Callemos hermanos, que vuelva el silencio, que ya hemos perdido el don de escuchar. En este tumulto, de nuestras palabras, somos incapaces de escuchar a Dios. Callemos hermanos y que hable el Señor”.
San Juan de la Cruz explica que los bienes sobrenaturales que vienen de Dios, Él los pone en el alma y, secretamente, en el silencio. Y sus poemas van transmitiendo su experiencia, invitándonos a sumergirnos en el silencio, y disponernos a escucharlo.
Cántico Espiritual, estrofas 14 y 15:
“Mi Amado: las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada, la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora”.
¿Nos acordamos de que Dios es palabra viva?¿Nos acordamos de que Dios nos habla? Pues sí, ¿y estamos dispuestos a escucharlo? ¡Cuántas veces Jesús quiso retirarse para escucharlo! ¿Te animás a imaginarte con Él en esos momentos? Allá en el desierto, en el monte o junto al lago. Trasladate con Él un rato, dejá que te acompañe.
Algunas veces no hay nada que decir que sea más valioso que el silencio, allí donde podemos encontrarnos con Dios.
Te invito por último a que te tomes un rato de silencio, que apagues la tele, la compu, el teléfono y la música; y, como el profeta Samuel, a que tengas el corazón preparado para decir “Habla, que tu siervo escucha” (1 Sam. 3, 10).